Santo de segunda línea

 

 

Hay que reconocer que san José no ha tenido mucha suerte que digamos en la transmisión que los siglos han hecho de su figura. Si nos preguntamos qué imagen surge en la mente del cristiano al oír el nombre del esposo de María, tenemos que respondernos que la de un viejo venerable, con rostro no excesivamente varonil, que tiene en sus manos una vara de nardo un tanto cursi. O quizá, como variante, la de un ebanista que, muy pulcro él, muy nuevos sus vestidos, se olvida de la garlopa, que tiene entre las manos, para contemplar en un largo éxtasis los juegos de su hijo que se entretiene haciendo cruces entre limpísimas virutas.

José Luis Martín Descalzo

 

Definitivamente no ha tenido mucha suerte en la transmisión que los siglos han hecho de su figura. No creo que a José le hubiera importado mucho que digamos. Él no buscó el papel protagónico de la Historia de la Salvación, no compitió por ver su nombre con letras más grandes en algún cartel anunciando el estreno de la obra “El Mesías” (Próximamente “El Mesías” con JOSÉ EL CARPINTERO, Jesús, María, Gabriel, Juan Bautista y gran elenco). Varón del silencio, presencia discreta, santo de segunda línea.

Fue un soñador –es cierto– pero cuidado: no fue un ingenuo, un iluso. No se trató de un soñador al estilo de la advertencia que nos hace el Eclesiástico: “Vanas y engañosas son las esperanzas del insensato, y los sueños dan alas a los necios. Tratar de asir una sombra o correr detrás del viento es dar crédito a los sueños. Las visiones de los sueños no son más que un espejismo: un rostro ante el reflejo de su propia imagen” (Eclo 34, 1-3). No. José tenía la mirada en el cielo y los pies en la tierra. Tenía ideales pero no era un idealista. No sabemos cómo conoció el embarazo de María pero sí sabemos –porque así lo da a entender el Evangelio– que para José fue su noche oscura. Desconcierto. Angustia. Perplejidad. “José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto” (Mt 1, 19).

Cada vez que leo el relato evangélico me veo embargado por una sensación de compasión y admiración hacia José. Trato de ponerme en su lugar en aquella ocasión, de pensar y sentir lo que seguramente fue su gran drama interior, de hacer mío su padecimiento. Y, a la vez, me desborda el alma contemplar tanto amor, tanta ternura, tamaña delicadeza. Era justo. Sí. Y la Ley era clara. Pero la amaba, la amaba como a nadie en el mundo. Y por eso no podía denunciarla públicamente. ¡Cuánto para aprender nosotros! Sí, nosotros que alzamos con tanta facilidad nuestro dedo acusador, que rotulamos y condenamos, que nos sumergimos en el chisme nuestro de cada día, en la crítica deportiva, que somos artífices de la cultura del escrache.

Noche oscura de José que se resuelve en un sueño. “Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños…” (Mt 1, 20). No fue la imaginación. No se trató de una realización alucinatoria de deseos provenientes del inconsciente. “Mientras pensaba”: hay reflexión, hay silencio, hay discernimiento. “…se le apareció en sueños”: era habitual en la antigüedad considerar los sueños y las visiones como uno de los medios por los cuales Dios manifestaba su voluntad (“y el Señor les dijo: Escuchen bien mis palabras: Cuando aparece entre ustedes un profeta, yo me revelo a él en una visión, le hablo en un sueño.” Num 12, 6). Se trata más bien de la voz de Dios, voz a la que José –hombre creyente y fiel– obedece.

A aquel primer sueño le siguen otros. Y la respuesta es siempre la misma: “Sí”. En José descubrimos aquel “Habla, Señor, que tu siervo escucha” de Samuel, o aquel “Hágase en mí según tu palabra” de María. En ese sí resuena el sí de Jesús: “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre”, “Pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. ¿Cuántas veces pensamos al rezar el Padrenuestro en el alcance de la expresión “hágase tu voluntad”? ¿Nos preocupamos por discernir el plan de Dios para nuestra vida? ¿En los momentos sombríos y oscuros, en la dificultad, ante nuestros temores y luchas internas, buscamos oír la voz de Dios o nos dejamos llevar por los impulsos o por aquellas voces engañosas que confunden y apartan del camino?

Pidamos a San José su intercesión y guía para aprender a discernir, para ser personas de vida interior, de silencio y oración, para estar atentos a las mociones del Espíritu, para ser fieles y obedientes a la Palabra, para soñar, despertar y actuar. Aprendamos a recurrir a él con confianza.

“Yo quisiera también decirles una cosa muy personal. Yo quiero mucho a San José. Porque es un hombre fuerte y de silencio. Y en mi escritorio tengo una imagen de san José durmiendo. Y durmiendo cuida a la Iglesia. Sí, puede hacerlo. Nosotros no. Y cuando tengo un problema, una dificultad, yo escribo un papelito y lo pongo debajo de San José para que lo sueñe. Esto significa para que rece por ese problema.” (Papa Francisco)

 

 

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