Por la Lic. Victoria de la Torre*
El mundo observó con esperanza los resultados de las elecciones presidenciales sudafricanas de 1994: Nelson Mandela era elegido por más del 60% de los votantes- de un total de 19.726.610 electores- como presidente de la República de Sudáfrica. Se convertía así en la primera persona negra en liderar el país donde esta raza predominaba históricamente. Diversas promesas lo llevaron a ocupar el sillón más importante de la Union Buildings, promesas que buscaban subsanar la opresión que gran parte del país había sufrido durante años con el Apartheid.
Una de las principales demandas giraba en torno a la restitución de la propiedad de la tierra a las familias que habían sido despojadas de ellas por la ley de 19134. Las buenas intenciones no dejaron de ser, en parte, eso: intenciones. La nueva construcción de casas se situó en los viejos guetos, reiterando las divisiones geográficas del Apartheid. Toda la gestión de Mandela estuvo sustentada en la ideología del Congreso Nacional Africano (ANC), partido político nacido a principios del siglo pasado cuyo objetivo fundante es la defensa de los derechos de la mayoría negra. Entre los propósitos de esta organización se encuentran la creación de una sociedad democrática no racial y ser el promotor de mejoras en la calidad de vida de los sudafricanos- especialmente de la población pobre y de raza negra-. Asimismo, la “Carta de la Libertad”, adoptada por el partido en 1955, declara que los sudafricanos deben compartir las ganancias del país, que todos los grupos raciales deben tener los mismos derechos, todos deben ser iguales frente a la ley y que se los debe proveer de trabajo, hogar y seguridad.
Estas ideas constituyeron el legado que quiso dejar Mandela tras cinco años rigiendo el país. Y es este legado el que fue destruido por las dos presidencias subsiguientes, especialmente la de Jacob Zuma. Cuando asumió el cargo, en 2009, Zuma era conocido como “el presidente del pueblo”. Sin embargo, a lo largo de los años, sus índices de popularidad fueron en caída. En primer lugar, nunca logró formar un gobierno estable que favoreciera la unificación de la coalición que gobierna el país desde 1994- su gabinete se reorganizó en 13 ocasiones-. En segundo lugar, Zuma ha tenido que enfrentar ocho mociones de confianza y la justicia lo investiga por 783 causas de corrupción y abuso de poder. Una de las principales denuncias está relacionada con la familia Gupta, familia de origen indio, que ha aumentado exponencialmente su patrimonio desde su llegada a Sudáfrica, a mediados de la década pasada. Las empresas de su propiedad no sólo han “ganado” diferentes licitaciones gubernamentales sino que también se han embolsado dinero destinado a causas sociales.
Caso extremadamente resonante han sido los millones de dólares de fondos públicos que iban a ser destinados para agricultores pobres y que terminaron en una de las cuentas bancarias Gupta. Casos como este llevaron a que, lo que una vez fuera un país próspero, en crecimiento, con trascendencia en la comunidad internacional (se la invitó en 2010 a sumarse a los BRIC) hoy enfrente una crisis política y económica sin precedencia en el siglo actual: el sistema eléctrico se encuentra absolutamente deteriorado y presenta cortes diariamente, South African Airways se encuentra casi en bancarrota y los fondos públicos son utilizados para fines privados, como se pudo observar en las mejores realizadas en la mansión privada de Zuma.
Sin embargo el sistema político implosionó gracias a sí mismo. Sudáfrica se rige por un sistema de gobierno mixto: el presidente es la cabeza del Poder Ejecutivo pero debe contar con el apoyo del Legislativo para permanecer en el cargo. Perder el apoyo de su propio partido y ser intimado con un voto de “no confianza” fue lo que llevó a Jacob Zuma a dejar el poder. Aunque inmediatamente fue rectificado el vacío de poder eligiendo a Cyril Ramaphosa (líder del congreso nacional africano y ex vicepresidente) como el nuevo gobernante sudafricano, la crisis perdura: la corrupción se haya enquistada en la clase política.
Hoy se conmemora el centenario del nacimiento de Nelson Mandela. ¿Qué fue de su legado, ese por el que él lucho e incluso otorgó su libertad?. Aunque Sudáfrica ha obtenido logros sumamente importantes en relación a los derechos civiles, en los más de veinte años que transcurrieron desde el fin del apartheid la liberación política no se ha traducido en derechos económicos: la tasa de desempleo alcanza casi al 30% de la población y afecta mayoritariamente a la población negra. Lo aciago es que los nueve años de la presidencia de Jacob Zuma no realizaron cambio alguno en la situación.
Madiba, el primer presidente negro de Sudáfrica, soñaba con un país libre, próspero y con una constitución progresista que quería ser un referente mundial. Creía en la «igualdad en la diversidad» (de género y raza), luchó contra la pobreza y para garantizar la justicia social”. La justicia social actualmente es sólo un enunciado utilizado en discursos gubernamentales, pero que poco se ha hecho para llevarla a la práctica. La pobreza, en tanto, ha mostrado un crecimiento continuo desde principios de esta década: En 2014 se incrementó en un 2,5 el porcentaje de personas que se encontraron bajo la línea de pobreza respecto al 2010 (55,5% en total).
“Sudáfrica nunca defraudará el legado de Nelson Mandela”, afirmó Jacob Zuma en el funeral de Estado del líder en 2013 y, sin embargo, él ha sido el primero en defraudarlo.