Ya en la célebre “Ética a Nicómaco” Aristóteles afirmaba que todo hombre busca por naturaleza, como un bien, la felicidad. De eso ningún ser humano puede dudar en la medida en que, desde el primer momento de su existencia, busca salir del displacer. Dejemos de lado la discusión sobre el placer y por el momento, asumamos este impulso humano como signo afirmativo a la sentencia aristotélica.
Desde hace algunos años, también los gerentes empresariales o jefes de recursos humanos de algunas organizaciones parecen estar muy atentos a saber qué es lo que puede hacer felices a “sus hombres”; con lo cual parecería que nos topamos con una nueva comprobación de aquella idea. Sin embargo, de lo que se trata en estos casos es de mejorar el clima laboral para que los trabajadores se sientan a gusto y produzcan más. Así de simple, así de lejos de un interés realmente antropológico y ético.
¿Por qué preguntarnos esto en este momento? Pues porque la celebración del Día Internacional del Trabajo aún sigue llamándonos a preguntar por su sentido. Cuando en 1886 y, como efecto de las consecuencias no deseadas de la sonora revolución industrial, un grupo de obreros se organizó reclamando por la reducción horaria de la jornada laboral con el fin de que el trabajo no impidiera el desarrollo de la vida en todos los aspectos, el mundo creyó que esa era una conquista irrenunciable.
Si bien es cierto que ese logro fue, indudablemente, una conquista, el hecho de que los empresarios se preocupen por el bienestar de sus trabajadores indica que la conquista fue horaria, cuantitativa, pero no logró mejorar la calidad de vida de los trabajadores. Cabe preguntarnos, ¿es, entonces, tan central en nuestras vidas el desempeño laboral como para ser definitorio de nuestra condición de hombres felices?
Si pudiéramos comprender el sentido de la felicidad, estaríamos cerca de concebirla como cierto estado de paz, armonía, de plenitud; pero, sin dudas, como un estado de equilibrio entre el bienestar interior y el bienestar en las relaciones sociales. Ahora bien, todo ser humano tiene experiencia de estar inserto en una trama de relaciones que va tejiendo y por las que suele verse atravesado; todos hemos tenido la experiencia de vivir relaciones humanas que pueden fortalecernos, potenciarnos o impulsar nuestro crecimiento, pero también experimentamos ese otro tipo de relación que nos oprime, nos limita e, incluso, nos destruye en nuestras potencialidades. El ámbito laboral está plagado de ambas posibilidades. Entonces, ¿Podemos ser felices en el trabajo?
Si la respuesta fuera evidentemente negativa, a los responsables de recursos humanos de las grandes y pequeñas empresas, no les ocuparía la necesidad de generar un ámbito positivo para favorecer de la felicidad. Ahora, ¿es la felicidad lo que les preocupa? ¿O es tan solo la urgencia de hacer que los empleados se sientan reconocidos para poder aumentar el sentido de pertenencia a la empresa y, así, producir más? Hemos arriesgado una respuesta en el sentido de la última cuestión. Y está bien que así sea.
La felicidad es una búsqueda personal, ninguna organización puede hacerlo por nosotros; los ámbitos en los que nos desarrollamos pueden favorecer u obstaculizar ese logro, pero no tendría sentido poner todas las expectativas en las circunstancias en las que se dan nuestras acciones y relaciones. No podríamos evitar jamás los conflictos, las desvalorizaciones, las negaciones a nuestra capacidad de ser y hacer. Imposible evitarlo, pero sí se puede aprender a manejar el modo en que todo ello impacta en nuestra propia percepción de nosotros mismos.
Largo camino por recorrer ese de intentar ser quien uno quiere y puede ser según sus propias expectativas. Difícil camino ese de andar esquivando los obstáculos que las circunstancias, incluso las laborales, nos imponen. Pero la celebración del Día Internacional del Trabajador debería ser ocasión para replantearnos si, de verdad, con una jornada laboral de las horas que sea, queremos vivir para trabajar o trabajar para vivir y vivir bien. Feliz día, éste que nos renueva la oportunidad de cambiar la mirada. ¡Feliz día de los trabajadores!