Dra. Carmen González*
En algo más de un mes, habremos cumplido un año de tránsito por la incertidumbre, el miedo, la urgencia y la fragilidad de nuestras decisiones. Casi un año en que los argentinos, cual obedientes hijos, hemos aceptado las decisiones del Estado sin permitirnos la más mínima discusión formal; en parte porque no tenemos nada muy claro y en parte porque no nos hemos permitido discutir.
Por otro lado, desde hace años vivimos en un clima social que tiende a confrontar a las personas -mas que a los argumentos- en posiciones o tendencias políticas. De este modo, quienes opinamos de una u otra manera, a favor o en contra de determinadas afirmaciones que se vierten públicamente, nos convertimos rápidamente en “oficialistas” u “opositores” como si eso mismo cancelara de inmediato la posibilidad de discutir.
En estos días, un tema del que se viene hablando desde hace muchos meses -como es la valoración de la educación en el contacto personal de docentes y alumnos- se ha vuelto objeto de esta recurrente confrontación y como consecuencia de ello nos encontramos ante una afirmación tan terminante como la que expresó en estos días el ministro Trotta: “Es una discusión falaz decir que la educación debe ser un servicio esencial”.
Vamos por parte: una discusión es falaz no cuando afirma errores sino cuando estructura defectuosamente un argumento. Por tanto, no resultaría falso decir que la educación es un servicio esencial, sino que es incorrecto el modo en que se argumenta a favor de una defensa que puede ser en sí misma legítima e, incluso necesaria como es la urgente vuelta a clases.
¿Corresponde afirmar a la educación como actividad esencial? Si una sociedad se concibe a sí misma como una comunidad madura y comprometida con el bien común, es parte de su esencia que la educación sea un pilar fundamental sobre la cual se asiente. En filosofía definimos lo esencial como aquello que no puede estar ausente para que algo sea lo que es. Por oposición se dice que cuando algo puede estar o no, ese algo es accidental. Pues bien, una sociedad que carece de educación deja de ser sociedad y se convierte en masa, multitud o coexistencia obligada de grupos a los que nada los une. Ya no hay Pueblo.
Ahora contextualicemos: cuando se pretende declarar una actividad como servicio esencial está claro que semejante declaración deja fuera la posibilidad de que se suspenda en ninguna circunstancia ya que la sociedad o grupo que se beneficia con este servicio no podría subsistir sin él. Sigamos contextualizando: durante todo el año 2020, los docentes del país hemos sostenido nuestra actividad docente por medio de la virtualidad; quien más, quien menos, con más o menos dificultades hemos sostenido el famoso “vínculo pedagógico”; el “sector docente” ha cumplido con su parte. Ahora bien, ¿fue suficiente todo el esfuerzo humano y material para garantizar la educación en el país? Claramente no; miles de niños y adolescentes argentinos no pudieron acceder a la conexión material que les pudiera asegurar el contacto humano con sus educadores. Miles de docentes no pudieron lograr ese indispensable contacto entre personas que se da solo en el estar “cara a cara” (aún con barbijos).
Ahora bien, -para seguir contextualizando la circunstancia- está claro que necesitamos contar con condiciones de cuidado suficientes para no permitir que el regreso a las escuelas se convierta en un foco de contagios de COVID 19, pero ¿es unilateralmente responsabilidad del Estado asegurar estas condiciones? ¿tendremos que seguir sentados esperando que las condiciones materiales de seguridad sanitaria o la tan ansiada vacuna llegue a todos para volver a la Educación?
Claro, a esta altura algún lector estará cayendo en la tan argentina tentación de ubicar mi planteo del “lado opositor” y debo decir que justamente allí está lo falaz. Lo que intento es despertar la conciencia de responsabilidad ciudadana y no hacer política en el sentido mas llano de la palabra; en todo caso me gustaría convertir esta discusión en una cuestión política, pero en el sentido mas profundo del término: una cuestión en la que todos los ciudadanos miembros de esta “polis” nos hagamos cargo de lo que nos toca. Y a muchos nos toca educar: a los padres, a los docentes, a los gobernantes nos toca educar en la conciencia de responsabilidad ante la salud propia y la ajena.
A este virus no se lo vence encerrándonos, sino saliendo con cuidados al encuentro del otro. Para eso también es esencial ponerle el cuerpo a la situación y enseñar a sanitizar, a usar el barbijo, a ventilar los ambientes a no exponernos a situaciones innecesariamente riesgosas y no por temor al castigo policial sino por convicción. Nos cuidamos entre todos, aprendiendo a vivir de otro modo, pero ¡viviendo!
Finalmente, no solo los niños y adolescentes necesitan volver a las aulas. Los futuros profesionales, los estudiantes universitarios también merecen recuperar ese espacio de convivencia creativa y productiva que puede ser el aula, los pasillos, un patio en una universidad.
Lo que es esencial a la sociedad es permitirnos opinar sin ser tachados de oportunistas o politiqueros. El encuentro educativo, en pequeños grupos, con cuidados, con responsabilidad, es esencial a una sociedad madura. La educación es un aspecto esencial del desarrollo humano. Sin falacias, con una gran impotencia y deseo de bien, queremos volver a educar presencialmente. ¿Lo podremos discutir en serio?