Misa de Navidad

En el marco de la octava de Navidad y la fiesta de San Esteban -primer mártir-, este martes 26 de diciembre se celebró la Misa de Navidad en la sede Virgen de Guadalupe. Con las participación de autoridades, personal docente y administrativo, fue presidida por el vicerrector de Formación, Pbro. José Luis Ayala.
Compartimos la desgrabación de la homilía:

Todavía resuena en nuestros oídos y en nuestro corazón el Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres; el gran cántico de los ángeles que siempre resuena en la noche de la Navidad. Y la noche de la Navidad es para todos nosotros un momento en el que la historia cambia.

Me gusta repetir que los rabinos en Israel, antes de la venida del Jesús, hablaban de cuatro noches. Todas iluminadas por la luz, pero noche al fin. Ellos hablaban –y hablan- de la primera noche, la de la creación, cuando Dios hace la luz y entonces esas tinieblas empiezan a despejarse. La segunda noche es en la que Dios, nuestro Señor, llama a Abraham y lo invita a salir, a salir de su comodidad, a salir de su tierra, a salir de donde él está. Y le promete una tierra que mana leche y miel. Y se transforma en luz esa noche, porque Dios a Abraham el cumple la promesa.

La tercera noche es la de Moisés. En la que Dios, nuestro Señor, saca al pueblo esclavo en Egipto y lo libra, y liberándolo lo ilumina, porque le devuelve el don más preciado que toda persona puede tener, la libertad.

Y la última noche, dicen los estudiosos de la ley en Israel, es la noche del Mesías. Noche que nosotros hemos experimentado y experimentamos en tanto y en cuanto ese Niño que hemos adorado en el pesebre, es el que viene a romper las tinieblas de nuestro corazón, la dureza de nuestro corazón y viene a iluminarnos; no ya solamente para que seamos verdaderamente libres, sino también para que podamos contemplarlo a Dios, cara a cara.

La Navidad es el punto en el que el hombre y Dios se encuentran; y en donde el hombre y Dios se miran cada a cara. Dios ya no necesita inclinarse para mirarnos a nosotros, ni nosotros necesitamos levantar la cabeza para mirarlo a Dios. Lo podemos contemplar en este Niño que se nos ha dado, en cada hermano, en cada circunstancia, en cada situación, porque Dios se ha hecho hombre y es eso lo que los ángeles cantan con su gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres.

El primer fruto de la Navidad es la entrega que hace Esteban de su vida y es por eso que lo celebramos hoy. Después de la resurrección, el primer mártir es Esteban y como en toda la tradición, el pesebre y la Pascua están conectados, la Iglesia celebra hoy a Esteban como el primer fruto de ese Belén, como primer fruto de ese nacimiento: la entrada al Vida nueva.

Pero es importante que no nos quedemos simplemente con el sufrimiento de Esteban y su muerte por proclamar la Buena nueva. Lo importante es reconocer que Esteban fue un hombre que se postró ante la verdad, se postró ante el misterio, se hizo en Cristo prójimo de Dios y prójimo nuestro; por eso hoy lo celebramos.

Hoy, al decir de Sor Isabel de la Trinidad, la Iglesia se viste de rojo, que es el color propio, porque la Iglesia y consecuentemente todos nosotros somos lavados constantemente en la sangre del Cordero inmolado en la Cruz, del Cordero que en Belén se hizo hombre naciendo del seno original de María, teniendo a José como padre adoptivo.

Por eso en este día le damos gracias a Dios por las delicadezas que Él tiene para con cada uno de nosotros. Le damos gracias al Señor porque en su corazón, en este pesebre y en este Niño nos podemos reconocer hijos y hermanos. Le damos gracias al Señor porque este Niño viene a anunciarnos y a traernos la paz. Y también le abrimos nuestro corazón y le ponemos en este pesebre, todas nuestras intenciones, todas nuestras necesidades.

Es interesante que el acontecimiento que nosotros celebramos como bombos y platillos, y que cambió definitivamente la historia, cuando se tradujo allá hace más de 2000 años, la vida continúa igual, pero de manera distinta: la luz había ya iluminado definitivamente las tinieblas, la esclavitud se había roto definitivamente y Dios se había hecho hombre.

Agradecidos entonces por todos estos dones, agradecidos al Señor por tanto amor derramado, sigamos contemplando el pesebre. No nos cansemos de mirar a este Niño que se nos ha dado, a María que guarda todas estas cosas en el corazón, y a José, que siempre está con el cayado, con su bastón, dispuesto a servir al Niño, a María y a todos vosotros.

Que este Niño de Belén, nos alcance todas estas gracias.

 



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