Entre las religiones es posible un camino de paz. El punto de partida debe ser la mirada de Dios. Porque «Dios no mira con los ojos, Dios mira con el corazón. Y el amor de Dios es el mismo para cada persona sea de la religión que sea. Y si es ateo es el mismo amor. Cuando llegue el último día y exista la luz suficiente sobre la tierra para poder ver las cosas como son, ¡nos vamos a llevar cada sorpresa!»
Fratelli Tutti 281
Se han escrito ríos de tinta sobre el Viaje Apostólico del Papa Francisco a Irak. Antes, durante y después. No faltaron los análisis meramente geopolíticos ni los pronosticadores de desgracias. Leímos calificativos como demagógico, peligroso, temerario. Tampoco escasearon las visiones romantizadas sobre la travesía papal ni los enfoques ideológicos. Aunque, en líneas generales, queda la sensación de que el Mundo ha visto con buenos ojos lo hecho por Francisco.
En lo personal, creo que hay dos puntos fundamentales para destacar y que están en consonancia con los ejes eclesiológicos que viene proponiendo el Sumo Pontífice: una Iglesia en salida (misión), una llamada a la fraternidad universal (comunión).
Desde el inicio de su pontificado el Papa insiste en la necesidad de una transformación misionera de la Iglesia que es parte de la llamada a la conversión pastoral y que se inscribe en el dinamismo de salida propio de la Palabra. “Sal de tu tierra y ven a la tierra que yo te mostraré” (Cfr. Gn 12, 1) fue la invitación hecha por Yahveh a quien en ese momento se llamaba todavía Abram. Y es la llamada que Dios fue repitiendo a lo largo de la historia y que muchas veces olvidamos. El Evangelio tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del ponerse en marcha sin excusas ni demoras. Más aún, en cada ser humano -como nos recordaba San Juan Pablo II- “hay una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser”[1]. El peligro latente es el de la autorreferencialidad; la tentación del encierro como ocurriera con los apóstoles antes de Pentecostés; el peligro de quedarme sólo con los míos invirtiendo la lógica de la parábola de las cien ovejas, los de mi grupito, los que piensan como yo, los de mi raza, mi pueblo, los puros; el riesgo de cerrar las puertas por comodidad o temor, temor a la incomprensión, al rechazo, a salir salpicados por el barro. Iglesia en salida -insiste Francisco. No se trata de un slogan ni de un discurso bonito. Enseñaba como quien tiene autoridad, son palabras que vienen rubricadas por acciones concretas. Allí lo vemos al Papa yendo a la periferia, geográfica y existencial, recordándonos -como Jesús en la parábola- que el extraño es mi prójimo.
Leemos en Evangelii Gaudium: “La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan” (EG 24). Primerear e involucrarse, es decir: salir al encuentro sin miedo. “Que es peligroso”, “que es una locura”, “que no es el momento”, “que es arriesgado”, “que puede haber un atentado”, “que lo pueden matar”. ¡No tengan miedo! Entre la cobardía y la temeridad se encuentra la valentía cristiana atestiguada por tantas mujeres y tantos varones que han sido capaces de dar la vida por Jesús. Entre Jonás huyendo de Nínive, o Pedro negando a Jesús, y los Boanerges asegurando que podrían beber el cáliz del Señor, o Pedro caminando por las aguas, se halla el propio Jesús aceptando la voluntad del Padre. El viaje de Francisco a Irak no fue fruto del capricho de un Papa temerario. Se trató de un gesto valiente, profético y misionero de un Papa con un oído en el pueblo y otro en el Evangelio, un salir al encuentro del otro derribando barreras.[2] En cada uno de sus viajes apostólicos, Francisco se ha ido acercando a los márgenes de nuestro mundo, a aquellas periferias que hablan de heridas, dolor y postergación.
Al reflexionar sobre la Encíclica Fratelli Tutti en un conversatorio propuesto por la UCSF me pareció importante proponer como una, entre varias posibles, clave hermenéutica de lectura: la catolicidad. Sabemos que la Iglesia es “una, santa, católica y apostólica”. Sabemos también que “católica” significa “universal”. El Catecismo dice que: “La Iglesia es católica en un doble sentido: es católica porque Cristo está presente en ella” (CATIC 830). Y nos recuerda aquello de San Ignacio de Antioquía: “Allí donde está Cristo Jesús, está la Iglesia Católica”. Y “es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del género humano” (CATIC 831). Este segundo aspecto me animo a decir ha estado bastante ausente en nuestra praxis. Hemos hecho, en no pocas oportunidades, del término “católico” un concepto cerrado. Es decir, “ser católico” es lo que me diferencia del “resto”. El otro es “protestante”, “musulmán”, “ateo”, “publicano”, “pagano” y yo (nosotros, los de mi grupito) soy/somos “católicos”. Justamente, uno de los principales aportes de la Carta Encíclica fue el de llevarnos a reflexionar sobre la importancia de tener un horizonte universal, venciendo las sombras de un mundo cerrado, descubriendo la necesidad de acercarnos con ternura al extraño en el camino, pensando y gestando un mundo abierto. No es casualidad que Francisco haya decidido viajar a uno de los países en los que la comunidad cristiana ha sido más violentamente perseguida en los últimos años, a una Iglesia mártir, a una de las regiones más convulsas de la actualidad, para llevar consuelo y cercanía. “La Iglesia me parece un hospital de campaña: tanta gente herida que nos pide cercanía, que nos pide a nosotros lo que pedían a Jesús: cercanía, proximidad”-le oímos repetir con insistencia al Santo Padre. El viaje a Irak nos habla precisamente de esa cercanía, de la necesidad de sanar, de renacer. Dios tiene el poder de vencer los males, las enfermedades, de restaurar los templos físicos y los de nuestro corazón. Sólo de las heridas de Cristo puede surgir ese bálsamo capaz de curar a la humanidad y de sanar las memorias dolorosas inspirando un futuro de paz y fraternidad.
Esta llamada a la fraternidad universal tiene su fundamento último en Dios Padre de todos. No es una cuestión meramente diplomática o un postulado de la tolerancia moderna. Es algo mucho más profundo. “Los creyentes pensamos que, sin una apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y estables para el llamado a la fraternidad. Estamos convencidos de que «sólo con esta conciencia de hijos que no son huérfanos podemos vivir en paz entre nosotros». Porque «la razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad»” (Fratelli Tutti 272). De allí que, en su discurso en la llanura de Ur, en el encuentro interreligioso, el Papa haya afirmado lo siguiente: “Este lugar bendito nos remite a los orígenes, a las fuentes de la obra de Dios, al nacimiento de nuestras religiones. Aquí, donde vivió nuestro padre Abrahán, nos parece que volvemos a casa. Él escuchó aquí la llamada de Dios, desde aquí partió para un viaje que iba a cambiar la historia. Nosotros somos el fruto de esa llamada y de ese viaje. Dios le pidió a Abrahán que mirara el cielo y contara las estrellas (cf. Gen 15,5). En esas estrellas vio la promesa de su descendencia, nos vio a nosotros. Y hoy nosotros, judíos, cristianos y musulmanes, junto con los hermanos y las hermanas de otras religiones, honramos al padre Abrahán del mismo modo que él: miramos al cielo y caminamos en la tierra”.
Si queremos cuidar la fraternidad, no podemos perder de vista el cielo. Mirar las estrellas, caminar la tierra, sabiendo que “el más allá de Dios nos remite al más acá del hermano”. Ya lo dijo San Juan: “El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (1 Jn 4, 20-21). Por tanto, a nadie le es lícito desentenderse del otro, como hicieron el sacerdote y el levita, en nombre de Dios. A nadie le está permitido matar, odiar o hacer la guerra en nombre de Dios. La violencia engendra más violencia y destrucción y no proviene del Dios de la vida y las estrellas. El fundamento de la violencia nunca podrá hallarse en las convicciones religiosas profundas sino en sus deformaciones y desviaciones más grotescas. “Hostilidad, extremismo y violencia no nacen de un espíritu religioso; son traiciones a la religión. Y nosotros creyentes no podemos callar cuando el terrorismo abusa de la religión.”
La fraternidad universal lleva a una artesanía de la paz, a un diálogo sincero y respetuoso, al respeto por la libertad de conciencia, al derecho a la libertad religiosa, a la tolerancia, a la aceptación de la diversidad. Como nos recuerda Francisco: “hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia” (Fratelli Tutti 225).
El viaje apostólico a Irak abre una puerta a la esperanza. Es un fuerte llamado a la paz y una invitación a respirar con ambos pulmones, el de oriente y el de occidente. Hace muchos años John Lennon nos invitó a imaginar un mundo en el que todos vivamos en paz. Para ello, él creía -como tantos- en la necesidad de suprimir las religiones. Francisco nos invita no sólo a imaginar sino a hacer realidad ese sueño construyendo puentes, estrechando lazos, reconociendo a ese Dios Padre nuestro, Padre de todos, fundamento último de la fraternidad. No hay dudas de que la dimensión ecuménica es uno de los rasgos distintivos del magisterio de este Papa. Caminemos, entonces, sin miedo y contra toda esperanza. “El padre Abrahán, que supo esperar contra toda esperanza (cf. Rm 4,18), nos anima. En la historia, hemos perseguido con frecuencia metas demasiado terrenas y hemos caminado cada uno por cuenta propia, pero con la ayuda de Dios podemos cambiar para mejor. Depende de nosotros, humanidad de hoy, y sobre todo de nosotros, creyentes de cada religión, transformar los instrumentos de odio en instrumentos de paz. Nos toca a nosotros exhortar con fuerza a los responsables de las naciones para que la creciente proliferación de armas ceda el paso a la distribución de alimentos para todos. Nos corresponde a nosotros acallar los reproches mutuos para dar voz al grito de los oprimidos y de los descartados del planeta; demasiados carecen de pan, medicinas, educación, derechos y dignidad. De nosotros depende que salgan a la luz las turbias maniobras que giran alrededor del dinero y pedir con fuerza que este no sirva siempre y sólo para alimentar las ambiciones sin freno de unos pocos. A nosotros nos corresponde proteger la casa común de nuestras intenciones depredadoras. Nos toca a nosotros recordarle al mundo que la vida humana vale por lo que es y no por lo que tiene, y que la vida de los niños por nacer, ancianos, migrantes, hombres y mujeres de todo color y nacionalidad siempre son sagradas y cuentan como las de todos los demás. Nos corresponde a nosotros tener la valentía de levantar los ojos y mirar a las estrellas, las estrellas que vio nuestro padre Abrahán, las estrellas de la promesa.”
Mirar las estrellas, como nuestro padre en la fe.
Mirar las estrellas, como los magos de oriente.
Mirar las estrellas, como Jesús en sus largas vigilias de oración en el monte.
Mirar las estrellas, como los poetas.
Mirar las estrellas, como aquellos que sueñan.
Mirar las estrellas,
trabajar por la paz,
y experimentar así la bienaventuranza
de ser llamados hijos de Dios.
P. Enzo Frati
Lic. en Filosofía – UCSF
[1] WOJTYLA, KAROL (1978). Amor y responsabilidad, p.136.
[2] Hace unos años leí con gran placer un maravilloso libro (que me permito recomendar) escrito por un joven argentino que se animó a recorrer a dedo Irán, Irak y Afganistán con la intención de “deshilar la inextricable rasta de mitos tejidos por los medios en torno a esas tierras distantes y crear mi propia alfombra narrativa con las voces de los personajes conocidos a lo largo de las rutas polvorientas. Entiendo que algunos juzguen la idea de viajar a dedo en países bordados con conflicto como absurda o suicida. Pero éstas eran y son las naciones que más padecen los estereotipos mediáticos del establishment…” Cfr. VILLARINO, JUAN PABLO (2010). Vagabundeando en el Eje del Mal, p. 12.