Rosario, 17 de marzo de 2020.
Queridos jóvenes:
Desde la Pastoral, llegamos a ustedes por medio de estas líneas. Estamos viviendo momentos inesperados, de incertidumbre, de temor, de paranoia social, de aislamiento obligatorio. Nos gustaría estar compartiendo el día a día con ustedes en esta etapa maravillosa de la Universidad, caminar juntos, fortalecer lazos, construir comunidad, tender puentes. Por el momento ese contacto se ve impedido, pero estamos unidos espiritualmente, en comunión, rezando unos por otros, cumpliendo con estas medidas de prevención, cuidándonos entre todos.
Tenemos muchos sueños para este año: formar un equipo de pastoral; realizar algún retiro/convivencia; ofrecer algunas charlas debates; poder tener a Jesús Eucaristía en la Capilla de nuestra sede para que quien lo desee pueda estar a solas, a sus pies, en oración; generar algún encuentro con otras pastorales universitarias; realizar alguna campaña solidaria. De más está decir que cualquier sugerencia, duda, inquietud, propuesta, será bien recibida. Sin embargo, ahora estamos en el mientras tanto. Y hasta que esto pase, quiero llegar a ustedes con algunos textos que nos ayuden a pensar y rezar.
El Papa Francisco, en su exhortación a los jóvenes, nos recuerda que “con demasiada frecuencia estamos condicionados por modelos de vida triviales y efímeros que empujan a perseguir el éxito a bajo costo, desacreditando el sacrificio, inculcando la idea de que el estudio no es necesario si no da inmediatamente algo concreto. No, el estudio sirve para hacerse preguntas, para no ser anestesiado por la banalidad, para buscar sentido en la vida” (Christus Vivit, 223). Hacerse preguntas, no ser anestesiados, buscar el sentido. ¿Te preguntaste cuál es el sentido de tu vida? ¿Por qué hacés lo que hacés? ¿En qué gastás tus energías? ¿Por qué elegiste estudiar arquitectura, obstetricia, diseño industrial, filosofía, psicología? ¿Qué lugar ocupa Dios en tu vida? ¿Y tu familia, tus afectos, tus amigos, el “otro”? ¿Cuáles son tus anhelos más profundos?
Estamos llamados a la santidad. No hay que tener miedo. Y acá va el primer texto que te puede ayudar a pensar:
No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser. Depender de él nos libera de las esclavitudes y nos lleva a reconocer nuestra propia dignidad. […] En la medida en que se santifica, cada cristiano se vuelve más fecundo para el mundo. […] No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia. En el fondo, como decía León Bloy, en la vida «existe una sola tristeza, la de no ser santos» (Gaudete et exsultate, 32-34).
El segundo texto, en este desafío de apuntar alto y dejarnos amar, tiene que ver con una certeza que debemos afianzar y/o descubrir:
“Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte” (Evangelii Gaudium, 164).
Ese es el anuncio fundamental: Jesús te ama. El amor vence siempre, aunque a veces pueda parecer que no. Te invito a leer un pedacito del Evangelio según San Juan. Palabras de Jesús en la última cena: Juan 15, 12-17. Allí encontramos aquello tan lindo de que “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. Eso fue lo que Jesús hizo por vos, por mí, por todos.
El otro texto que te puede ayudar es de María Rosa Jacobo en un pequeño y hermoso librito llamado “Cosas de todos los días” y dice así:
Es muy frecuente encontrar personas que no están contentas consigo mismas y quisieran ser de otra manera, dejando de lado sus defectos. Es un buen síntoma el deseo de querer hacer desaparecer esas costumbres, para dar lugar a una vida diferente. Pensar que uno tiene que cambiar en su vida es sumamente positivo. ¿Quién no tiene su buena dosis de defectos? ¡Pobre del que cree que nada tiene por cambiar en su vida! Es muy importante ser consciente de que siempre hay algo que cambiar para mejorar. Es difícil querer cambiar cuando el cambiar implica esfuerzo. Por eso es necesario desearlo (consciente y libremente). El deseo de ser mejor, de corregirse, de poner voluntad, de querer, te ayudará a ser mejor persona; te sentirás más libre, harás más feliz a quien está a tu lado y el mundo será un poco mejor.
La cuaresma es un tiempo de conversión. Preguntate cuáles son esas cosas a mejorar, a cambiar, a revisar en tu vida. Recordá que solos no podemos. Necesitamos de la gracia, necesitamos de ese Jesús que nos dice “sin mí nada pueden hacer”. No basta con el esfuerzo personal. Tampoco te desanimes con lo que descubras. Acordate que “el amor vence siempre”, que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” y que Dios es Misericordia.
Finalmente te invito a revisar tu idea de Dios. A veces dudamos, en ocasiones nos encontramos con gente, compañeros, que dicen no creer, que ponen en tela de juicio o que –incluso- pueden burlarse. Personalmente no creo que haya maldad sino que el problema está en que tenemos una imagen distorsionada de Dios, una especie de caricatura, de ídolo, de Dios domesticado.
Querer encerrar a Dios y su obrar en nuestros esquemas es una forma muy sutil de idolatría. Al respecto escribe R. Cantalamessa:
El intento de “domesticar” a Dios no finalizó ese día, en las laderas del monte Sinaí. Acompaña al hombre en toda su historia y se expresa de diversas formas. Al progresar y afinarse la sensibilidad religiosa, ha cambiado el modo, o la materia, con la que se ha hecho el ídolo, pero no la costumbre de hacer ídolos. Ya no es un ídolo externo, visible, sino un ídolo interno, invisible; ya no es un ídolo material, de oro, de plata o de mármol, sino un ídolo espiritual. ¡La idea de Dios! El hombre se hace una idea propia de Dios (lo que, hasta aquí, es legítimo e incluso necesario), trabaja sobre ella y, poco a poco, insensiblemente, termina por sustituir (lo que ya no es legítimo ni necesario) la realidad con esa idea. Existe una forma de idolatría religiosa que no consiste en hacer un dios con representaciones o imágenes externas, como el becerro de oro, sino en hacerlo con imágenes internas, mentales e invisibles, y en cambiar esta imagen, que es la propia idea de Dios, por el Dios vivo y verdadero, y contentarse con ella. En esta forma la idolatría no ha ido disminuyendo a lo largo de los siglos, sino que, por el contrario, ha crecido, hasta alcanzar el colmo allí donde a la fe en Dios la ha reemplazado la ideología de Dios, es decir, un “pensamiento apartado de la realidad y que se desarrolla abstractamente sobre sus propios datos”. La ideología es la forma moderna de la ideo-latría. ¿Cuál es la diferencia entre Dios y la idea de Dios? Es que la idea no tiene existencia propia. ¡La idea no existe, Dios sí existe! ¡Una diferencia infinita!
Sentido de la vida (de “tu” vida), santidad, conversión, amor incondicional de Jesús, idea de Dios… Ahí tenés algunos puntos para pensar, orar, trabajar. Desde aquí rezaré por vos. La Pascua está a la vuelta de la esquina. “El amor vence”. El Dios de la vida quiere entrar a tu corazón. Animate. Dejalo entrar. No tengas miedo.
Que Dios te bendiga y María, nuestra madre, te cobije bajo su manto.
Padre Enzo