Nota de opinión redactada por el Dr. en Derecho Víctor Meseguer 1 y la Lic. en Relaciones Internacionales Mileva Chialvo 2, coordinadora del Observatorio de Política Internacional de la Facultad de Derecho y Ciencia Política de la Universidad Católica de Santa Fe.
En numerosas ocasiones el dúo hispano-argentino se halla inmerso en la discusión política. Y es que además de compartir lazos históricos y culturales, varias tradiciones y algún que otro gusto, también compartimos la vocación de servicio público, algo no fácil de encontrar y defender en estos días.
Aristóteles llamaba al hombre “zoon politikon”, que podría ser traducido como “animal político”, ya que, según el filósofo griego, es el único ser que por naturaleza anhela la vida en sociedad, y busca alcanzar la justicia a través del diálogo y la deliberación. La política, el arte de gobernar, está presente en nuestro ADN desde tiempos inmemorables y, sin embargo, es común escuchar en estos días desafortunadas declaraciones hacia ella.
Es denostada, bastardeada, reducida a un mero juego de intereses individuales. Nosotros, fieles a nuestra pasión, nos resistimos: no es casualidad que coincidamos con las palabras del presidente de Brasil, Lula da Silva, en su última entrevista a las CNN, donde afirmó que cuando se niega la política, el resultado siempre es el mismo: Bolsonaro, Hitler, Mussolini… Quizás fuertes comparaciones para algunos oídos. Pero ¿no es cierto lo que dice? Los discursos de odio y anti políticos están presentes cada vez con más fuerza en muchos partidos a lo largo y ancho del planeta.
Siguiendo el caso de Bolsonaro, este se presentaba como un personaje Disruptivo, antipolítico, un líder mesiánico que venía a traer soluciones mágicas a una población rezagada. ¿Y cuál fue el costo para Brasil de llevar al poder a una persona así? Crisis económica, desempleo disparadas, promesas vacías incumplidas, una gestión de la pandemia desastrosa con falta de vacunas y muertos en la calle, entre otros. No debemos subestimar el poder del voto en riesgo que corremos cuando llevamos a alguien a una responsabilidad pública.
Pero ¿cómo se construyen estos personajes? ¿Cómo llega una persona así al poder? Traigamos una palabra que gusta mucho los latinoamericanos: populismo. Muchas veces es teñida de una ideología política determinada y en realidad no sabemos bien de qué hablamos cuando le decimos.
Tratando de esclarecer el concepto, Ernesto Laclau hará un gran aporte a la academia afirmando que no se trata de una cuestión ideológica, sino de una lógica política: el populismo, como tal, es una forma de hacer política a través de la cual un líder, que suele ser carismático, logra identificar una serie de demandas en la sociedad que no están satisfechas. Pensemos las más comunes: desempleo, inseguridad, impuestos… Luego estas demandas son aglutinadas por el líder del movimiento para marcar un límite entre un “ellos” y un “nosotros” qué se contraponen y se diferencian. La sociedad queda fragmentada en dos, un “amigo” y un “enemigo”, un “pueblo” y un “otro”. El contenido, entonces, puede ser cualquiera: derecha, izquierda, extremista, siempre y cuando haya un enemigo ahí afuera del cual diferenciarse y a quien atacar. Estamos seguros de que se les viene a la cabeza numerosos partidos políticos que utilizan estrategia de construcción discursiva. Los partidos que pregona en la antipolítica lo hacen de esta forma: según ellos las instituciones, y los partidos tradicionales, los políticos, son los culpables de todos nuestros males. Lo curioso es que mientras afirman esto, buscan acceder al poder para ocupar las mismas responsabilidades y funcionar en el mismo sistema que tanto critican. De hecho, muchos populistas proceden de una élite, el tiempo que la sirven de forma mal disimulada.
¿Lo peligroso? Que perdemos de vista el foco principal: para tener sociedades más justas, libres e iguales, aquellos principios que tanto nos gusta pregonar, hace falta más y mejor política. No lo dice sólo este humilde dúo, ni Lula Da Silva, ya lo decían los griegos hace pocos miles de años. Es por eso que los invitamos involucrarse, en la medida en la que puedan, en la vida en sociedad.
“No nos une el amor, si no el espanto”, llegó a decir Borges de los argentinos. La crisis ha golpeado con tanta dureza al mundo tal y como lo teníamos ideado, que sus efectos devastadores son cada vez más visibles, generando oleadas de desconfianza entre nosotros. Una realidad que nos exige apelar a un nuevo tiempo político, donde se redefinan los estándares de lo que significa gobernar, estar en la posición o en la oposición a la oposición. Ninguna posición es intrínsecamente perversa, pero todas pueden ser indignas, o no.
La política no es el juego narrativo, la política es la construcción colectiva de un futuro mejor y se hace en las instituciones, en la empresa, en el colegio, en el club y en la asociación. Más política es menos oligopolio, menos poder en manos de unos pocos. Más política es más futuro.