Más peligroso que las fake news: cómo los slogans controlan nuestras mentes

Por Federico Viola* y Federico Aldao**

Vivimos en una era donde el término fake news es omnipresente. La sociedad moderna está obsesionada con el miedo a ser engañada, pero mientras más nos escandalizamos por la desinformación viral, pasamos por alto un peligro todavía más insidioso: la degeneración del lenguaje en clichés y slogans. 

Imagen creada con IA.

Hannah Arendt enseñó que, en sistemas de poder inhumano, el lenguaje se transforma en un vehículo de ideología. Aunque no vivimos en regímenes totalitarios, su análisis sigue siendo relevante. En la era digital y de los mass media, las frases vanas y simplistas moldean nuestro discurso cotidiano y nuestra forma de pensar sin que nos demos cuenta. 

Nos alarmamos por las noticias falsas, pero aceptamos sin cuestionamiento los lemas más triviales y las expresiones más vacías. En la política, la religión y la educación, estas frases hechas empobrecen el pensamiento, deshumanizan el lenguaje y fragmentan nuestra sociedad, representando una amenaza mayor que las fake news. Su aceptación revela una ingenuidad social peligrosa.   

Arendt describe cómo los totalitarismos imponen una realidad ficticia mediante la repetición constante de máximas superficiales. Estos reducen la realidad, despojando a las personas de su capacidad para cuestionar y resistir. En nuestra era digital, estas fórmulas continúan siendo utilizadas por quienes detentan el poder. La potencia de las frases vacuas reside en su capacidad para infiltrarse en nuestra conciencia sin que nos demos cuenta. Su simplicidad las hace memorables y atractivas, al punto que olvidamos su peligrosidad. La ingenuidad social frente a estos elementos revela una vulnerabilidad profunda. 

Mientras nos enfocamos en combatir las fake news, permitimos que estas fórmulas superficiales distorsionen nuestra percepción de la realidad y reduzcan nuestra capacidad de pensamiento crítico. En lugar de solo buscar la próxima mentira a desacreditar, deberíamos también cuestionar las expresiones vacías y los lemas que moldean nuestra percepción del mundo. Argumentar que éstos son más peligrosos que las noticias falsas puede parecer exagerado, pero el impacto que poseen a nivel social es completamente subestimado. En efecto, los slogans acotan el abordaje de ideas complejas y evitan el debate pormenorizado. La aceptación sin más de estos elementos lingüísticos crea una cultura de pensamiento superficial. En vez de favorecer el entendimiento mutuo y el diálogo constructivo, las frases hechas banalizan los problemas sociales y políticos y, de esa forma, exacerban la polarización y la división social. 

En las redes sociales, es común ver frases o slogans pseudoreligiosos que circulan ampliamente. Lemas como “Todo pasa por algo”, “Sé tu mejor versión”, “Confía en el universo”, no solo son triviales, sino que desvían la atención de problemas estructurales serios hacia una mentalidad individualista y superficial. Enmascaradas como sabiduría, fomentan una resignación pasiva ante las injusticias sociales y políticas, y promueven una falsa sensación de control personal. 

Una esfera pública que promueva la construcción de una realidad compartida desde la vida política debe permitir la libre discusión de ideas, donde los argumentos sean evaluados por su mérito colectivo y racional, y no reducir temas complejos a enunciados breves, engañosos y sin profundidad. Similarmente, en el ámbito político, slogans que acentúan una nostalgia excluyente o un optimismo insustancial despojan de profundidad cuestiones complejas en estribillos banales y evitan el análisis crítico necesario para un verdadero cambio social. 

La banalización del lenguaje político, donde el discurso es vaciado de contenido por medio de la utilización de slogans, nos pone ante el riesgo latente de consignas que pueden ser fácilmente manipuladas y descontextualizadas, limitando la participación crítica y activa de los ciudadanos. Esto empobrece el poder creativo e imaginario de la sociedad, que es lo que la capacita para cuestionarse a sí misma y para aspirar a un cambio profundo bajo nuevas formas de organización. 

Paradójicamente, como sostiene el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, la supuesta liberación que producen estos slogans, termina bajo el apremio de coacciones internas y coerciones referidas al rendimiento y la optimización, que socavan aún más la participación activa de los ciudadanos en los asuntos comunes, volviéndolos incapaces de establecer conexiones con la sociedad que sean genuinamente libres de cualquier finalidad que no sea la creada por los poderes que someten a la sociedad misma. 

Es crucial por lo tanto que, además de combatir las noticias falsas, cuestionemos las locuciones vacías que han permeado nuestro discurso cotidiano. Sólo reconociendo y desafiando estas formas de simplificación lingüística podemos preservar la integridad de nuestro lenguaje y fomentar un pensamiento crítico y un discurso auténtico. La batalla por la verdad y la comprensión requiere más que desmentir mentiras evidentes; exige un compromiso con la reflexión profunda y el cuestionamiento de los mensajes simplistas que moldean nuestra percepción del mundo. 

 

 

*Doctor en Filosofía. Director del Instituto de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Humanidades (FFH) de la Universidad Católica de Santa Fe. 

**Becario de investigación en el Instituto de Filosofía de la FFH – UCSF. 

 



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