Por Federico Viola* y Federico Aldao**
La política tiene un sentido profundo y esencial que va más allá de las estructuras de poder y los mecanismos de gobierno: es la creación y preservación de la libertad. Esta concepción no es meramente teórica, sino que surge de la experiencia concreta de las desgracias políticas y del potencial destructivo del poder estatal. Sin embargo, la política también es el ámbito donde los seres humanos pueden actuar juntos, iniciar nuevos procesos y, a través de estos actos, manifestar su libertad.
Un pueblo organizado políticamente no es lo mismo que un Estado burocráticamente eficiente. Un pueblo políticamente activo implica un espacio de libertad donde lo nuevo pueda nacer, donde un cambio genuino sea posible y pueda tener lugar. La organización burocrática, por el contrario, tiende a perpetuar una maquinaria o mecanismo que ahoga el ímpetu de creación, cambio y renovación. La política es, por tanto, un espacio de libertad en cuanto que, a partir de ella, es posible que aparezca lo nuevo. En la década del treinta del siglo pasado, Antonio Gramsci señalaba acertadamente que “lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer”; esta observación refleja una crisis de renovación que puede paralizar a una sociedad. En contraste, Hannah Arendt enfatiza la natalidad, la capacidad humana de iniciar algo nuevo, como una característica fundamental de la libertad humana.
La crisis de las instituciones modernas reside en la imposibilidad fáctica de renovación y cambio social. Ese es su síntoma primordial. Vivimos en una época de instituciones “zombies”: instituciones tradicionales que continúan activas, que se mueven y parecen vivas, pero que están muertas por dentro, son cáscaras vacías en las cuales resuena el eco de promesas incumplidas. Estas instituciones, en lugar de facilitar la renovación, obstaculizan la posibilidad de la novedad. Todas las instituciones están en crisis: la ciencia, la religión, la política, la justicia, la educación, la prensa, etc. Ahora bien, el problema no es la crisis en sí misma, sino su falta de reconocimiento y el rechazo de toda posibilidad de cambio.
Para Arendt, la libertad no es otra cosa que la posibilidad de empezar algo absolutamente nuevo, algo que sea disruptivo del status quo, novedoso y renovador. Por eso, para la pensadora alemana, la libertad no es el fin de la política sino su condición primera y esencial. Un pueblo libre es un pueblo que se renueva creativamente, que se reinventa a sí mismo y que inicia su historia nuevamente.
En este contexto, la libertad política se manifiesta como la capacidad de los ciudadanos para participar en la creación y recreación de su comunidad. Es un espacio donde las personas pueden actuar juntas, discutir, debatir y decidir colectivamente sobre los asuntos que les afectan. La política, en este sentido, no se reduce a la mera administración de los asuntos públicos, sino que es un espacio de acción y creación conjunta. La libertad se realiza, de este modo, en la esfera pública a través de la acción política.
Sin embargo, la realidad contemporánea muestra un alejamiento de estos ideales. La tendencia hacia la burocratización y la tecnocratización de la política ha llevado a una separación entre los ciudadanos y los procesos de toma de decisiones. La política se ha convertido en una esfera especializada, dominada por expertos y funcionarios, que a menudo parecen estar desconectados de las preocupaciones y necesidades de la ciudadanía. Este alejamiento genera una sensación de impotencia y desencanto entre los ciudadanos, que se sienten excluidos y marginados del proceso político.
La recuperación de la libertad política requiere un esfuerzo consciente para reactivar la participación ciudadana y democratizar los procesos de toma de decisiones. Esto implica crear espacios de deliberación y acción donde los ciudadanos puedan ejercer su capacidad de iniciar algo nuevo. En este sentido, es fundamental fomentar una cultura política que valore y promueva la participación activa de los ciudadanos, no solo en los períodos electorales, sino de manera continua y cotidiana.
Las experiencias históricas de movimientos sociales y revoluciones muestran que, incluso en contextos de represión y autoritarismo, es posible crear espacios de libertad y renovación. Estos movimientos, a menudo impulsados por ciudadanos comunes y corrientes, han demostrado que la acción colectiva puede romper con las estructuras opresivas y abrir nuevas posibilidades para la sociedad.
En este sentido, la educación política juega un papel crucial, en cuanto debe fomentar un espíritu crítico y creativo, capaz de cuestionar lo establecido y proponer alternativas innovadoras.
Asimismo, es fundamental promover una ética de la responsabilidad y la solidaridad, que reconozca la interdependencia de los seres humanos y la necesidad de trabajar juntos para enfrentar los desafíos comunes. La política, como espacio de libertad, es también y sobre todo un espacio de responsabilidad compartida, donde los ciudadanos deben asumir un compromiso activo por el bien común.
Es en este sentido que se puede concluir que la libertad es la esencia de la política. No es un fin en sí mismo, sino la condición que permite la renovación constante y el progreso integral de la sociedad. Un pueblo libre es un pueblo que se renueva creativamente, que se reinventa a sí mismo y que inicia su historia nuevamente. La crisis de las instituciones modernas no debe ser vista como una fatalidad, sino como una oportunidad para reconocer la necesidad de cambio y abrir nuevos espacios de libertad y acción colectiva. Pues la política, en su sentido más profundo, es un acto comunitario de libertad creativa, es decir, una manifestación de la capacidad humana para iniciar algo nuevo y construir colectivamente un mundo mejor. La verdadera renovación social requiere, por lo tanto, la participación activa de los ciudadanos en la vida pública y en la toma de decisiones colectivas.
*Doctor en Filosofía. Director del Instituto de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Humanidades (FFH) de la Universidad Católica de Santa Fe.
** Becario de investigación en el Instituto de Filosofía de la FFH – UCSF.