Ley de Aborto: La UCSF en las audiencias en el Congreso Nacional

En el marco de las audiencias públicas realizadas en la Cámara de Diputados de la Nación, previo tratamiento de la Ley de despenalización del aborto, el Dra. Carmen González expuso en contra del proyecto. Compartimos su discurso.

Señores Diputados de la Nación, es una honor -para cualquier ciudadano-participar, entre Uds., de este debate histórico para nuestro país; no estamos acostumbrados a participar de estos espacios porque, entre otras cosas, es tácito el acuerdo por el cual Uds. en representación legítima de nuestras voluntades discuten por nosotros. Sin embargo estamos atravesando una circunstancia inimaginable para cualquier sociedad: la oportunidad de que un acto de destrucción de la vida humana se convierta en legal y deba ser asumido como responsabilidad del Estado.
Ninguna civilización debería poder asumir impunemente la tarea de decidir a quiénes se les respeta el derecho fundamental a la vida y a quiénes no. Ni siquiera la discusión sobre la pena de muerte ha tenido en nuestro país el lugar institucional que tiene hoy la discusión sobre la legalidad del aborto. Sin eufemismos, no tiene sentido ya seguir hablando de “interrupción de un embarazo”; el aborto no interrumpe nada sino que pone fin al desarrollo de un proceso vital por el que hemos pasado todos nosotros para llegar a estar ahora aquí. Urge entonces que Uds., representantes nuestros, escuchen a sus representados y sepan discernir los criterios últimos que sostienen nuestros actos como ciudadanos del Pueblo Argentino. Agradezco este espacio, el tiempo y la atención que Uds. sepan concedernos en esta última jornada.

En primer lugar quisiera distinguir algunas cuestiones que en este pretendido debate han aparecido confundidas y que oscurecen el tema a tratar ensuciando con falacias la discusión. La realidad de la mortalidad materna por abortos clandestinos es real -será responsabilidad de Uds. corroborar los datos y cifras que aquí se mencionaron para conocer verazmente los niveles y alcances-; el dolor de las mujeres que son violadas y embarazadas de manera violenta es innegable -también es deber de Uds. discernir si quienes claman por el derecho al aborto son realmente estas víctimas- ; podría ser algo más discutible la cuestión del derecho a la libertad de decidir tener o no un hijo cuando ya ha comenzado a existir; más discutible aún el supuesto derecho a decidir sobre el propio cuerpo.
Pero ninguna de estas cuestiones mencionadas, tan reales, dolorosas como urgentes de resolver, ayudan a resolver la única cuestión que debería importar en este debate que es reflexionar sobre la vida humana -de toda vida humana- y el deber de protegerla, siempre. Insisto, porque no colabora sino que distrae falazmente la discusión que nos convoca, es que dejo explícitamente de lado todas estas consideraciones que, tal vez, deban ser objeto de otro debate, en otro momento. Ahora queremos discutir sobre la posibilidad de que sea legal destruir una vida humana y todas esas circunstancias mencionadas no responden a esta cuestión.

Si bien mi formación disciplinar es en Filosofía, me permito tomar un dato que proviene de la biología y es indiscutible. Porque, coincido con alguna afirmación hecha aquí mismo por un colega también formado en Filosofía: “esta no es una cuestión metafísica”, claro que no, es meramente biológica. Digo Bio-logía porque es la disciplina que puede establecer a partir de la información genética de las células de cualquier ser vivo su pertenencia a una u otra especie. Pues bien, está demostrado -y ha sido dicho una y otra vez en este recinto- que la célula que resulta de la unión del gameto masculino con el femenino (espermatozoide y óvulo) posee en ese instante primero de su existencia toda la información que indica que se trata de un nuevo ser vivo perteneciente a la especie humana. Nuevo, porque su información genética lo distingue de lo masculino y femenino que le dio origen; es un ser distinto al padre y a la madre, es nuevo y es humano pues comparte el patrón genético de todos nosotros, el genoma humano.
Alguien podría decir que si tomáramos una célula de la piel, la extrajéramos y cultiváramos podríamos observar como esas células se multiplican conteniendo la información propia del genoma humano y sin embargo nadie se atrevería a decir que ese trozo de piel es un ser humano; la diferencia entre éste tipo de células y la del cigoto es que las primeras nunca podrían devenir en un ser humano adulto, como nosotros. En cambio, esa primera célula fruto de una concepción, deseada o no, es totipotente es decir, contiene a todo el ser humano que en un proceso madurativo de su corporeidad ininterrumpido da a luz a un bebé indudablemente humano. En conclusión, la biología nos indica que en la concepción se manifiesta un nuevo ser, que está vivo y que es humano. No he escuchado, en estos dos meses de audiencias ningún argumento que demuestre lo contrario.

Entrando ahora en el terreno específicamente filosófico me permito recurrir a dos categorías que utilizaba Aristóteles para explicar el movimiento de las cosas (el Acto y la Potencia) perfectamente aplicables al proceso de gestación o desarrollo madurativo de las seres humanos. No para recurrir a la metafísica por sí misma sino porque aporta elementos de sentido común que articulan nuestros razonamientos. Podríamos decir con Aristóteles, que nada puede ser lo que es si antes no tiene la posibilidad de serlo. En el caso concreto que estamos pensando, esos conceptos de Potencia y Acto nos permitirían comprender que ningún bebé humano nace humano sin haber tenido la posibilidad de serlo, es decir, si no era ya un humano que estaba en potencia de desarrollar todas sus propiedades en el seno materno. Antes de desarrollar sus capacidades racionales, afectivas, de lenguaje y todas las que queramos pensar como propias de un ser humano, no fue un animal, no fue un pre-humano –si es que podemos concebir ese concepto-, no fue “una larva” como dijo un conocido intelectual en este mismo lugar; fue siempre y desde el comienzo un ser humano que necesitaba desarrollar su cuerpo, sus condiciones materiales para ejercer esas otras propiedades que fácilmente describimos en un humano adulto.
También la Filosofía, pero ahora en otras contextos, inspiró los ideales de la revolución Francesa entre cuyos logros se cuenta indirectamente la Declaración de los Derechos Humanos, confirmada luego en 1948, en la que leemos en su Preámbulo que “hay una dignidad inherente a todos los miembros de la familia humana”; permítanme detenerme entonces en esto último. Cuando, a partir de 1945, el mundo conoció espantado la existencia de campos de concentración y los actos de in-humanidad perpetrados bajo el manto de leyes que algunos legisladores alemanes dictaron en contra de algunos otros ciudadanos, urgió esta Declaración Universal en la que se habla de proteger a todos los miembros de la “familia humana”. Mi pregunta es, entonces, ¿qué puede estar moviendo a esta familia humana- argentina al fraticidio? ¿Desde qué lugar algunos seres humanos en sus “plenas facultades” pueden negar los derechos fundamentales a otros miembros de la familia humana, los recién concebidos? ¿Sólo porque es un derecho de la mujer? ¿puede alguien, varón o mujer, sobreponer su derecho a decidir, sin más, sobre el derecho a vivir de cualquier otro?
¿Puede un país llamarse “desarrollado” sobre la base de la consideración de que algunas vidas humanas valen más que otras? También escuché a alguna diputada reconocer que efectivamente no “todas las vidas valen lo mismo”. ¿No abre esto una puerta a un estilo de vida política, en el sentido pleno de la palabra, de vida común, vida social, que considera cualquier vida humana superflua? ¿No nos convierte en un pueblo temerario?
Si aceptamos estar aquí, algunos simples ciudadanos, fue porque confiamos en la oportunidad del debate pero también -al menos de mi parte- porque apostamos a que el debate sería resultado de un diálogo veraz y que debería darse en el suelo común del lenguaje y las comprensiones razonables. En consecuencia, dejo de lado la discusión sobre el carácter de Persona del embrión ya que es una categoría que pertenece al ámbito estrictamente filosófico y no empírico -aunque sí lógico-; dejo de lado la discusión sobre la pobreza y la marginalidad que obliga a las mujeres sin recursos económicos a los abortos clandestinos, esa es otra discusión y es urgente discutir y actuar sobre las injusticias sociales pero no es este el lugar; dejo también de lado el derecho de las mujeres a diseñar sus proyectos de vidas sin imposiciones culturales de ningún tipo; tampoco es este el lugar ni el momento para discutirlo. Estoy aquí porque, como a Uds., me interesa la vida política, en el sentido más profundo del término, y me preocupa que el futuro de nuestra sociedad esté suspendido de una posible ley que diga qué ser humano merece vivir y cuál no.
Si los Derechos Humanos son los derechos inalienables que asisten a todo ser humano; si la discriminación es un acto que viola a esos derechos; si todo acto que atenta contra la vida de un ser humano es, técnicamente, un homicidio y viola el derecho fundamental a la vida (y hablo del acto mismo y no de los actores, porque no me mueve el deseo de castigar a ninguna mujer que decide abortar); en definitiva, si llamamos a las cosas por su nombre, ¿de qué modo y con qué argumentos se discrimina al ser humano recién concebido? ¿Con qué razones ese homicidio deja de ser tal? Siendo humano -y esto está científicamente comprobado- ¿no le asiste el derecho a la vida? ¿Esto vale para algunos seres humanos y para otros, no? Tampoco he escuchado durante estos dos meses ningún argumento que pueda sostenerlo.

Hannah Arendt, filósofa alemana de origen judío, decía que lo preocupante de los totalitarismos no es que hayan inaugurado una forma de gobierno inimaginable sino que hayan instalado una nueva forma de hacer política en la que las vidas humanas se vuelven superfluas. No vivimos, claro está, en un régimen totalitario pero sería prudente revisar de qué modo estamos asumiendo la política, no sea que lo estemos haciendo con esa irreflexión y superfluidad con la que se gestaron y sostuvieron regímenes de gobierno repudiables. No sea que los ciudadanos estemos revistiendo de poder a los legisladores para decidir que cualquier vida humana es superflua.
Señores Diputados, los elegimos para que nos representen en el gobierno y la legislación de una Familia Argentina plenamente humana. No queremos una sociedad que esté amparada por leyes que atentan contra los Derechos Humanos, de todos los Humanos. Tienen en sus manos la posibilidad de decidir qué tipo de sociedad queremos construir.
En el transcurso de estos dos meses he visto con gran pesar que lejos de ser una sociedad preparada para el debate somos un pueblo que alimenta permanentemente los enfrentamientos desde la convicción de que cada una de las partes está en lo cierto; no estamos preparados para debatir porque no estamos decididos a comprometernos en unir a la Nación. No logro comprender por qué la defensa de los Derechos Humanos, en la que estamos todos juntos, nos ha llevado a enfrentarnos negando esos derechos a algunos humanos. Tal vez, sea ésta una tarea que les toque asumir a Uds.
Sres. Diputados, voten con plena conciencia de haber sido elegidos por nosotros para garantizar la paz social y el bienestar humano de esta Familia Argentina. No permitan que nos convirtamos en un pueblo temerario. Muchas gracias.



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