La paradoja de “educar sin cuerpos” o, dicho de otro modo -menos provocador- el desafío de proponer procesos educativos desde el no-espacio de la virtualidad, casi “sin poner el cuerpo”. Un aporte de la decana de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Doctora Carmen González.
Hace unos días nos detuvimos con un grupo de alumnos, a pensar en las paradojas; a partir de la invitación de comenzar a estudiar filosofía desde allí mismo, nos atrevimos a cargar este concepto de otro significado y, entonces, lejos de afirmarlas como contradicciones al sentido común, nos animamos a verlas como la afirmación aparentemente contradictoria de la complejísima realidad que permite por ser tal, diversas, complejas y múltiples miradas. Todas al mismo tiempo de-velando esa complejidad y atrayéndonos incluso más seguir a des-cubriéndola.
Si nos permitimos jugar con ese sentido, hay una paradoja que me resulta insistentemente provocadora de pensar. La paradoja de “educar sin cuerpos” o, dicho de otro modo -menos provocador- el desafío de proponer procesos educativos desde el no-espacio de la virtualidad, casi “sin poner el cuerpo”.
¿Por qué sería ésta una paradoja? Pues porque estamos habituados a pensar que para educar necesitamos presencias y al mismo tiempo este tiempo presente nos pone ante la circunstancia de tener que seguir educando en el escenario de una presencia distinta. Porque claro, ¿quién podrá negar que necesitamos estar presentes ante la computadora, estar presentes ante una cámara o ante un papel en el que leemos la voz del docente para que esta noble tarea se produzca? Solo que esta vez, en esta compleja circunstancia que nos toca vivir, este estar presentes se apoya más en la confianza que en las certezas. Veamos porqué.
Normalmente nos movemos rodeados de certezas: la certeza de que hay una institución -la escuela- que está allí para garantizar que el proceso educativo se dará; la certeza de que los docentes están allí frente o entre los alumnos para que este hecho se produzca; la certeza de que en el diálogo entre todos los actores esos procesos efectivamente se dan; la certeza, en fin, de que allí estamos para educarnos.
Ahora, en cambio, mediados por pantallas confiamos en que las instituciones -cuyos muros identificatorios aparecen borrosos- seguirán estando allí para asegurarnos que el aislamiento social no impide la educación; confiamos en que los docentes están ahí detrás de las pantallas, con todo su universo familiar detrás -físicamente incluso- pero haciéndose un “lugar” para seguir con sus tareas de docentes; confiamos en que efectivamente y aún mediados por una pantalla desean seguir dialogando para que la educación efectivamente se produzca.
Confiamos, en definitiva, en que sin las presencias directamente palpables todo sigue estando allí, en ese “no-lugar” de la virtualidad. Y las paradojas están también allí para permitirnos la posibilidad de pensar de otro modo. Porque de otro modo, el docente sigue diciendo “buen día, vengan que hoy vamos a hablar de esto” o “quiero que miren esto cuando lean…” o “digan qué les pasa cuando leen o escuchan esto…” o, “aquí estoy para lo que necesiten”…y todo eso sucede sin estar en medio; se trata de un estar distinto, mediado por la tecnología. Pero sigue sucediendo. Es paradojal decir que nos encontramos en el aula o en la plataforma y tendremos la clase, pero es. Está sucediendo.
Estamos, en definitiva, educando en un no-lugar físico, pero en una circunstancia que está teniendo lugar. Nos dicen que en este distanciamiento nos estamos cuidando, porque parece ser que la cercanía física puede enfermarnos y ponernos en peligro. La posibilidad paradojal es entonces estar cerca sin estarlo. Me niego a pensar, como algunos dicen por ahí, que estamos siendo el experimento social de algún que otro poder; lo que sí quiero pensar es que nos estamos experimentando a nosotros mismos en esta paradoja de “estar-en-el-mundo” de modo no corpóreo, tal vez para experimentar que cuando volvamos a ocupar esos espacios que hoy están vacíos, lo haremos habiendo experimentado que sin contacto físico nadie puede educarse, en el sentido más profundo del término.
La educación formal, la que se acredita formal e institucionalmente seguirá siendo posible, como hasta ahora, pero la oportunidad de educar nuestra humanidad, en un sentido pleno, no podrá ser nunca sin contacto y cercanía física. Mientras tanto, vaya paradoja, los docentes, seguimos educando.
Por Carmen González, Doctora en Filosofía, decana de la Facultad de Filosofía y Humanidades, docente titular de la cátedra de Filosofía de la educación; Universidad Católica de Santa Fe
Publicado en diario El Litoral https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/239262-la-paradoja-de-educar-sin-poner-el-cuerpo-por-carmen-gonzalez-opinion.html