Por Federico Viola* y Federico Aldao**
En los últimos años, estamos siendo testigos de una crisis social y política que se ha profundizado en todo el mundo. Sin embargo, a pesar de las narrativas predominantes, nos atrevemos a afirmar que esta crisis no se trata de un enfrentamiento ideológico entre izquierda y derecha, ni de una lucha por la prevalencia de determinados valores. Tenemos la firme convicción de que la verdadera raíz de esta crisis es tecnológica, entendida esta como el conjunto de conocimientos, técnicas, herramientas y procesos que los seres humanos desarrollamos y utilizamos para modificar y transformar nuestro entorno con el fin de resolver problemas o satisfacer necesidades. En este sentido, la manifestación más evidente de la crisis es la incapacidad efectiva de la sociedad actual para imaginar y producir, a partir de las instituciones que la conforman, cambios sociales y políticos relevantes y sostenibles.
Las instituciones, que alguna vez fueron los pilares de la organización social y política, hoy se revelan como estructuras ineficaces y obsoletas. Como tecnologías que deberían contribuir al orden social exhiben una alarmante incapacidad para resolver los conflictos sociopolíticos a gran escala, y lo que es aún más preocupante, esta ineficiencia ha sido naturalizada e invisibilizada. Su mal funcionamiento constituye algo tan común y corriente que nos hemos acostumbrado lastimosamente a lo corrupto, a lo nocivo, a lo que funciona mal y a lo que carcome la vida en sociedad. El síntoma más claro de esta crisis es que no cumplen con su objetivo fundamental, que es servir al bien común. En lugar de eso, se sostienen en ideas irreales que no corresponden con las necesidades y demandas del presente, produciendo una brecha entre las personas y las instituciones, una enajenación de los individuos respecto de los sistemas burocráticos que las sostienen. Este fenómeno no distingue entre naciones ni ideologías; sino que constituye una problemática global que atraviesa tanto a democracias consolidadas como a regímenes autoritarios.
Las discusiones ideológicas, que ocupan gran parte del debate público, no hacen más que distraernos del verdadero problema. La polarización política entre izquierdas y derechas, que consume tanto tiempo y energía, es en realidad una cortina de humo que nos impide ver la raíz de la crisis: la ineficiencia tecnológica de nuestras instituciones para gestionar los asuntos públicos de manera efectiva.
En este sentido, y de forma urgente, lo que realmente se necesita no es focalizar la discusión en el problema de si “más o menos” Estado, sino centrarse en el desarrollo de una tecnología de gestión institucional que funcione de manera efectiva, más allá de cualquier discusión ideológico-metafísica. Esta tecnología debería ser capaz de organizar la cosa pública de manera eficiente, respondiendo a las necesidades del presente y anticipándose a los desafíos del futuro. Sin embargo, hasta ahora, se ha fracasado en encontrar o desarrollar tal tecnología.
Por ello, es necesario cambiar nuestra relación con la tecnología para lograr que sea una herramienta de transformación y cambio social. Ella nos posibilitará una reformulación de las instituciones para que fomenten la creatividad y la innovación. La crisis contemporánea, en efecto, no se solucionará con reformas superficiales ni con cambios de gobierno o slogans triviales. Requiere una transformación profunda en la manera en que gestionamos nuestras instituciones. Esto no significa un simple cambio de políticas o de personajes en el poder, sino una reestructuración radical de los mecanismos sociales de organización y gobernanza.
En este contexto, las ideologías tradicionales se muestran insuficientes. El debate sobre políticas de izquierda o derecha se ha vuelto superfluo y ha perdido su sentido; lo que realmente importa es la capacidad de nuestras instituciones para responder a las demandas de una sociedad que recibe el duro golpe de la ineficiencia en su vida cotidiana. La ideología, en este sentido, se convierte en un obstáculo más que en una solución.
Por lo tanto, es imperativo que comencemos a replantear la discusión pública en términos diferentes a las ideologías vigentes. Debemos dejar de lado los debates ideológicos estériles que distraen y centrarnos en el desarrollo de una tecnología institucional eficiente. Esto implica un cambio de enfoque, desde la política como un campo de batalla ideológico hacia la política como un espacio de innovación tecnológica. Para ello las instituciones deben recuperar la capacidad de reflexionar sobre su papel en la sociedad. No hablamos de una mayor instrumentalización sino una apertura creativa hacia nuevas posibilidades de ser y proceder.
Se trata de diseñar una nueva arquitectura institucional que sea capaz de adaptarse a las complejidades del mundo moderno. Esto requiere una actitud socrática, que mediante el cuestionamiento constante y la apertura al diálogo posibilite una disposición para experimentar con nuevas formas de organización y gestión.
Este proceso no será fácil ni rápido, pero es esencial si queremos superar la crisis actual. La alternativa es continuar con un sistema que, en su ineficiencia, no solo fracasa en resolver los problemas, sino que también los agrava.
En definitiva, la crisis que enfrentamos no es una crisis de ideas, sino una crisis de eficiencia tecnológica. Nuestras instituciones necesitan urgentemente una actualización, una reingeniería que les permita ser herramientas efectivas para la gestión de la cosa pública. De esta forma, a través de la innovación tecnológica podremos resolver los problemas que nos aquejan y construir una sociedad más justa.
*Doctor en Filosofía. Director del Instituto de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Humanidades (FFH) de la Universidad Católica de Santa Fe.
** Becario de investigación en el Instituto de Filosofía de la FFH – UCSF.