Por Federico Viola* y Federico Aldao**
Hoy en día vivimos en sistemas políticos que, aunque se autodenominan democracias, a menudo se alejan del núcleo de significaciones culturales que desplegaron e instituyeron la democracia directa en la antigua Atenas. La representación política, si bien necesaria en sociedades grandes y complejas, ha llevado a una desconexión entre los ciudadanos y las decisiones que afectan sus vidas, fomentando un proceso de despolitización. Los grandes desafíos regionales y globales de nuestra época nos invitan a repensar nuestra práctica política y a encontrar formas de revitalizar la participación ciudadana. Los nuevos avances tecnológicos y las nuevas formas de comunicación, por otra parte, se presentan como herramientas potencialmente claves para acercar a los ciudadanos a los procesos de decisión, haciendo la democracia más participativa y menos delegativa.
Cornelius Castoriadis (1922-1997), un pensador fundamental en la comprensión de la democracia y la política, nos invita a su vez a reflexionar sobre la esencia de ambas prácticas a través del ejemplo de la antigua Atenas. En ese contexto histórico clásico, la política no era una mera administración de asuntos públicos ni una competencia por el poder, sino un acto colectivo de creación y autoinstitución social. La “polis” o ciudad-estado griega es la expresión máxima de esta concepción, donde los que eran considerados ciudadanos no solo participaban en la toma de decisiones, sino que eran conscientes de que con su autonomía y responsabilidad jugaban un papel decisivo en la formación de la comunidad cívica.
Esta autonomía no era solo un derecho, sino ante todo un deber de participar activamente en la vida pública. La legislación y el gobierno no eran delegados a unos pocos -“oligarquía”-, sino que eran el resultado de deliberaciones colectivas en las que todos los ciudadanos tenían voz y voto. Se trataba pues de una auténtica “demo-cracia”. Esta práctica de la democracia directa es una lección poderosa para nuestro tiempo, recordándonos que la verdadera política implica la participación activa y el compromiso de todos los miembros de la sociedad civil.
En este aspecto, el motor principal en la Grecia Clásica venía de la mano de la inseparable relación entre Filosofía y Política. Los grandes filósofos como Sócrates, Platón y Aristóteles no sólo reflexionaban sobre la naturaleza del ser y el conocimiento, sino que también se ocupaban de la mejor manera de organizar la vida en común. La filosofía política de Castoriadis se nutre de esta tradición, proponiendo que la reflexión filosófica es esencial para una práctica política auténtica. Nos recuerda que la política no puede reducirse a meras técnicas de gestión o estrategias de poder, sino que debe ser una actividad que cuestiona críticamente y redefine permanentemente los fundamentos de la convivencia ciudadana.
Uno de los conceptos clave en el pensamiento de Castoriadis es la distinción entre autonomía y heteronomía. Una sociedad autónoma es aquella que se da sus propias leyes y reconoce su capacidad de crearlas, cambiarlas y redefinirlas. Por el contrario, una sociedad heterónoma es aquella que considera que sus instituciones y normas son absolutamente inmutables. Pues estima que su origen es externo a la sociedad misma, siendo dicho origen de carácter divino, natural o producto de alguna necesidad histórica. La lucha por la autonomía es, por lo tanto, una lucha por la capacidad de autoinstitución, una batalla contra la resignación y la pasividad. Desafío que, en nuestro contexto contemporáneo, es más relevante que nunca.
Para que una sociedad sea verdaderamente autónoma, sus ciudadanos deben ser educados no solo en conocimientos técnicos o profesionales, sino en el arte de la reflexión crítica y el debate constructivo. La educación política debe fomentar el pensamiento autónomo, la capacidad de cuestionar, imaginar y crear alternativas al “status quo”. En este sentido, la filosofía juega un papel crucial en la formación de ciudadanos capaces de participar plenamente en la vida política. La enseñanza de la filosofía en las escuelas y universidades debería ser una prioridad, no como un lujo académico, sino como una necesidad para la salud democrática de la sociedad.
La visión de la política que nos ofrecen pensadores como Cornelius Castoriadis, inspirada en la Antigüedad Clásica, es un llamado a renovar nuestra práctica democrática. Nos invita a reimaginar la política como una actividad colectiva, y no simplemente elitista, sino de creación y autoinstitución, donde todos y cada uno de los ciudadanos tienen un papel activo y responsable. En un tiempo donde la desafección política y la apatía parecen dominar, generando un proceso de despolitización de la sociedad, este llamado es más urgente que nunca. Necesitamos redescubrir el espíritu de la “polis”, fomentar la participación ciudadana y educar para la autonomía. Solo así podremos construir una sociedad verdaderamente democrática, donde la política vuelva a ser un ejercicio de libertad y creatividad compartida.
(*) Doctor en Filosofía. Director del Instituto de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Católica de Santa Fe.
(**) Becario de investigación en el Instituto de Filosofía de la FFH – UCSF.