El 41,1% de los niños, niñas y adolescentes de nuestro país tienen exceso de peso. A los adultos no les ha ido mejor ya que el 63% se encuentra en esa misma situación. Así lo aseguran los Resultados Preliminares de la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud, presentados recientemente por la Secretaría de Gobierno de Salud de la Nación.
Esta postergadísima encuesta desnuda una realidad incómoda: estamos gordos, tenemos patrones alimentarios basados en productos no recomendados (como bebidas azucaradas, productos de pastelería, productos de copetín y golosinas, que poseen alto contenido de azúcar, grasas y sal y bajo valor nutricional), entornos escolares que acentúan los consumos no saludables y, por si fuera poco, los que pierden son los de siempre. Las desigualdades alimentarias muestran que la baja talla, el bajo peso, el consumo de alimentos no recomendados y la lectura de las etiquetas de los productos, alcanzaron peores resultados en la población de bajo nivel educativo y de ingresos más bajos.
La calidad y variedad de los alimentos para este grupo está comprometida, y más aún en nuestro país donde el 20% más rico se queda con el 50% de los ingresos, y donde más de la mitad de nuestros niños y niñas son pobres.
La obesidad está afectando a la población más pobre, con impactos económico, social y sanitario, comprometiendo la calidad de vida y la longevidad. Además, la obesidad es un pasaporte a un futuro de desventajas. Cuando está presente en los primeros años puede incrementar las chances de perpetuarse en edades futuras a través de las influencias intergeneracionales y durante los primeros años de vida y el riesgo de padecer enfermedades como diabetes, enfermedades cardiovasculares y cáncer. Enfermedades que quizás intencionalmente nos las metieron en la cabeza como “no transmisibles”, que se cosechan para toda la vida y que dañan la salud y calidad de vida de las personas.
Esta preocupante situación interpela la tradición de la salud pública que en temas de exceso de peso históricamente se enfocó en la promoción del cambio de la conducta individual, motivado por campañas educacionales. Las investigaciones disponibles nos han demostrado que las intervenciones individuales han logrado marginales resultados en el promedio de descenso de peso. Tenemos que quitarle el guardapolvo médico al problema reducido a la estrategia curativa y comprender que la mirada desde los servicios de salud es insuficiente. Por ello, urge que el Estado, si bien lideró importantes acciones de rectoría sanitaria, no siga postergando la implementación de medidas estructurales.
Lo que se vende en una escuela, lo que se publicita en la televisión no puede quedar dominado por intereses corporativos. Se requieren leyes, regulaciones y medidas fiscales, tales como la subvención de frutas, verduras y pescados e impuestos a los alimentos no saludables (no solo a las bebidas azucaradas).
El problema del exceso de peso hace tiempo se ha instalado entre los profesionales de la salud, pero para la sociedad por ahora es solo un número que parece aún no incomodar. No nos indignamos cuando la publicidad manipula las preferencias alimentarias de los niños y niñas o cuando una industria de alimentos sponsorea un recital o una olimpiada o diseña programas educativos para las escuelas. Se percibe un estado de sedación, que precisa ser desnaturalizado.
Allí está el desafío, lograr que esta problemática sea tomada por las demandas sociales. Quizás la estrategia sería hermanar las agendas de salud con la del medio ambiente que ha resultado tener mejores adeptos, generar alianzas de alto alcance entre la sociedad civil, la academia y los decisores (despojada de intereses sectoriales) y acciones de regulación que promuevan entornos saludables. Todo ello en el marco de la voluntad política y el apoyo técnico de las agencias internacionales de salud, propiciando la construcción de estrategias basadas en la mejor evidencia.
La Organización Mundial de la Salud recomienda a los gobiernos acciones intersectoriales denominadas “Salud en Todas las Políticas”. La mirada de la salud en los programas productivos, en la promoción de alimentos de proximidad, en los marcos regulatorios, en la política escolar, en la investigación transdiciplinaria de los ambientes alimentarios, en la promoción de la salud a lo largo del ciclo de la vida, en las campañas en medios masivos de comunicación, en las políticas de empleo y emprendedorismo y hasta en el diseño de las ciudades y las opciones de traslado que ellas motivan o desalientan.
Tenemos un faro claro y próximo. Chile ha sido pionero en el mundo en promulgar una Ley que hace frente a la obesidad y que es la más estricta del mundo. Pero le llevó 10 años, el liderazgo político de un senador (médico) que promovió un frente parlamentario y el fuerte acompañamiento de la academia y las agencias internacionales de salud. Esta ley prohíbe la venta de productos no recomendados en las escuelas y limita estrictamente la forma que pueden ser publicitados. Y los resultados sobre el entorno alimentario comienzan a visibilizarse. No se pueden poner dibujitos ni personajes en alimentos que no son sanos, y los excesos se declaran visiblemente en el frente del envase con un sello negro de advertencia. Si el ejemplo no es suficiente, acotamos que recientemente otro vecino, Uruguay imitó el modelo chileno. Y hay otros más en la región y el resto se está anotando en la fila, ya que, en Latinoamérica, uno de cada cuatro adultos es obeso.
La encuesta, que se realiza por segunda vez en nuestro país, incorporó nuevas dimensiones que son celebradas como las percepciones de las personas sobre la publicidad y del sistema de etiquetado de los alimentos. Sin embargo, la transformación de los sistemas alimentarios que comienza a ser central en el debate fuerza temáticas como la proximidad de los consumos, sitios de abastecimiento y hasta de desperdicios alimentarios.
Desde la Lic en Nutrición de la UCSF postulamos que comer es un acto político. Por eso cada vez que individualizamos los problemas sociales, mutilamos su origen histórico social y el peligro radica en que las posibilidades de superación olvidan la salida colectiva, ya que se reduce a prácticas individuales. Precisamos a su vez, interpelar el modelo de desarrollo que parecería simular una “factoría de gordos”. Ojalá alguna vez, estos abordajes tomen cuerpo en los debates que trasciendan el ámbito médico y que defiendan la salud por sobre los intereses del mercado. Precisamos de un liderazgo político de la problemática que por ejemplo sea capaz de poner límites a la industria de alimentos sobre lo que ofrece y su publicidad, porque se deben librar batallas donde algunos lobos astutamente se disfrazan de corderos.
Tenemos que convencernos como sociedad que el exceso de peso es un tema capital.
María Celeste Nessier
Coordinadora Lic. en Nutrición – UCSF