*Lic. David A. Pignalitti. Miembro del Instituto de Filosofía de la UCSF.
Con el problema de la libertad se plantea siempre su contrario. La cuestión se piensa en general como alternativa: ¿es la necesidad (imposición interna o externa) o bien es la iniciativa personal el factor determinante de nuestros actos? La experiencia manifiesta que la praxis no puede fundamentarse del todo sólo por uno de estos factores. La filosofía de la acción de Maurice Blondel ha ofrecido una vía que supera la opción unilateral colocando el eje en la tensión, en lugar de la alternativa. ¿Es posible afirmar la acción humana como dinamismo libre y necesario al mismo tiempo?
Ahora bien, en cada acción, en cada logro, considerando lo que se ha podido se manifiesta lo que no se llega a poder. Desproporción entre el deseo de totalidad y su concreción actual. «Casi nunca hacemos todo lo que queremos; a menudo hacemos lo que no queremos; y acabamos por querer lo que no queríamos», dice Blondel. Ningún fin alcanzado parece ofrecer al deseo un alimento adecuado a su hambre.
Sin embargo, al conjugarse con el ímpetu del deseo, la inadecuación es perfectibilidad. Cada logro es libremente querido, aunque la voluntad no encuentre un término suficiente en ninguno de ellos y aparezca nuevamente la necesidad de expansión, avivada por el deseo, que provoca a la libertad a seguir avanzando.
Entonces, la libertad no corresponde a esa idea de poder arbitrario y absoluto. Pero tampoco el sujeto queda a merced de la imposición de la realización del propio deseo, como si estaría obligado socráticamente a hacer siempre lo que reconoce como bueno. Todos tenemos experiencia de que no es así. Libertad es, más bien, posibilidad infinita de realización. Y su mayor posibilidad es la de la propia liberación, apropiación del sentido de su propia búsqueda.
La infinitud del deseo deja de manifiesto que la voluntad no quiere nada de lo que puede producir por sí misma. Blondel imagina el caso de un hombre que logra siempre hacer lo que quiere, dominando todo lo conocido. Y concluye: «Todavía queda el hecho de que él no ha puesto esa misma voluntad ni la ha determinado tal como es […] Descubre esta radical contradicción: quiere, pero no ha querido querer». Es el descubrimiento de la finitud. Ante la propia aspiración, todo lo logrado es nada. La acumulación nunca se ofrece como algo consistente. También el sufrimiento constituye una experiencia siempre imprevista de la crueldad de la herida y la decepción de la propia inconsistencia.
Se plantea un conflicto: nada de lo que se hace puede disminuir la distancia con lo que se desea, la voluntad nuevamente reclama un paso y ahora es imposible avanzar solo. Para que sea posible asumir totalmente el propio ser, es decir, para que se pueda libremente querer lo que verdaderamente se desea, es decisivo establecer qué es aquello que se quiere desde el primer impulso. El deseo, planteando esta crisis, explicita en la conciencia lo auténticamente deseado: Blondel lo llama único necesario. Este reconocimiento no aparece como término de un razonamiento. Escribe: «Más esencial que el concepto con que se le define es la forma con la que se logra proponer necesariamente a la acción voluntaria como un fin, como un fin trascendente, pero que ya está de antemano en ella».
El reconocimiento de una posibilidad de adecuación del deseo más allá de todo lo que se pueda humanamente abarcar es la modalidad propia del descubrimiento del único necesario en la conciencia. El único necesario se establece como contraste de la nada que representa todo lo humanamente logrado ante la infinita aspiración del querer. El contenido de esta trascendencia acontecida en la acción es, en su término más común, el sentido de la vida o la idea de Dios. Pero el elemento que cumple un rol decisivo en la práctica no es propiamente el concepto ni su contenido, sino esa certeza inevitable que ha propuesto la voluntad como un fin a perseguir.
Este descubrimiento plantea la alternativa decisiva entre la acogida o el rechazo del ser necesario de la acción. La conciencia del único necesario no admite retorno. Incluso el rechazo constituye un avance, porque es un acto voluntario. En la acción nunca es posible que lo que es, es decir, lo que ha sido establecido necesariamente por la voluntad, vuelva a no ser. A partir de este punto, o bien se quiere y se hace con un sentido, o bien si él.
La opción sin el sentido, se resuelve en una praxis autosuficiente, sea privada o social. La imposibilidad de autosuficiencia es algo constatado en el conflicto previo a la alternativa, por lo que la opción por la suficiencia significa una contradicción voluntaria. Adhesión a fenómenos ya reconocidos como insuficientes. La clausura en sí misma implica para la voluntad una privación. Propiamente la muerte de la acción.
Por tanto, resulta necesario abrirse y ceder al reconocimiento de la dependencia experimentada como resultado de la acción. «La voluntad no puede sino confesar su ignorancia, su debilidad, y su deseo, ya que sólo es fiel a su infinita ambición en cuanto que reconoce su infinita impotencia». La apertura al sentido de la vida, implica la adhesión, libre pero vinculante, a un modo de ser que no es el que el sujeto se da a sí mismo. A lo que es reconocido como consistencia de toda acción, en contraste con el vacío del hacer al que siempre le falta algo. A un sentido sorprendido en la voluntad, alterativo con respecto del que ella se ofrece desde sí misma. Implica, por tanto, adhesión a una alteridad, a lo que no puede ser producido por el sujeto.
La solución del problema de la acción descansa, entonces, sobre la apropiación libre del deseo que lo plantea. El acto libre, por tanto, es el que se adecua y expresa del modo más puro posible al querer sincero. En este sentido, se comprende también que la libertad sea generada precisamente en y a través de la heteronomía.