El Evangelio no(s) lo dice

 

Si la música del Evangelio deja de vibrar en nuestras entrañas, habremos perdido la alegría que brota de la compasión, la ternura que nace de la confianza, la capacidad de reconciliación que encuentra su fuente en sabernos siempre perdonados, enviados. Si la música del Evangelio deja de sonar en nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la política y en la economía, habremos apagado la melodía que nos desafiaba a luchar por la dignidad de todo hombre y mujer 

Fratelli Tutti n°277 

 

Hablar de ternura es hablar de amor, de cercanía, de gestos concretos, de presencia, de fragilidad, de responsabilidad, de cuidado. Se cuida aquello que tememos perder, que es valioso, que se puede romper. Cuidamos la vida, cuidamos a los más pequeños, cuidamos lo que para nosotros es importante. En definitiva, cuidamos lo frágil. Cuidar la fragilidad –como nos recuerda el Papa– quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, hacerse cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad 

El Evangelio no lo dice, sin embargo uno puede imaginar a José ayudando a María a montar el burrito para dirigirse a Belén, preguntándole a cada instante cómo estaba, acariciando aquella panza en la que el Verbo se hacía carne.  

El Evangelio no lo dice, pero uno puede imaginar a José la noche del pesebre con el niño en brazos, temeroso, cansado, perplejo, feliz, pensando en el sueño del ángel.  

El Evangelio no lo dice (o lo dice escuetamente), mas uno puede imaginar la desesperación con la cual José tomó a María y al niño para huir a Egipto, los miedos de aquel viaje, las lágrimas de impotencia, la bronca ante tanta sinrazón.  

El Evangelio no lo dice, no obstante uno puede imaginar a Jesús jugando entre maderas y herramientas, aprendiendo de su papá, escuchando un “¡ojo! que te vas a lastimar”, y a un José riendo con las ocurrencias del pequeño. Ocurrencias que no tenían que ver con hacer pajaritos de barro y soplarlos para que volasen ni con cosas extraordinarias sino con lo cotidiano de cualquier niño de la edad.  

Y ahí, siempre José, papá presente, como ese Dios del que nos habla el profeta Oseas, un padre que enseña a caminar a su hijo, que lo toma en brazos, que le da de comer, que lo alza hasta sus mejillas y lo acaricia con la barba (y se divierte con un cierto orgullo al ver el sarpullido fugaz que le provoca).  

La ternura tiene que ver con el cuidado, es el mejor modo de tocar lo frágil, nace en el corazón, atraviesa la existencia, impregna la mirada, llega como el rumor de una brisa suave a los oídos y hace que nuestras manos no lastimenA veces somos torpes, atolondrados, no logramos medir la fuerza. Cuando esto ocurre, lo frágil se rompe y las heridas duelen. 

Pensemos en un niño pequeño que tropieza y se lastima. Lo primero que hace es llorar. Luego, se calma un poco pero en cuanto vuelve a mirar el raspón aparece nuevamente el llanto. El adulto quiere ver, quiere limpiar, quiere curar. El niño llora y no lo deja. Y ahí es mamá, con su delicadeza, la única que puede tocar la herida. 

Así hace Dios con cada uno de nosotros. Es la mirada tierna de Jesús que se posa en la mujer adúltera. Es el abrazo tierno del padre de la parábola. Es la ternura de José que nace de la confianza, confianza en la voz del ángel, confianza en su mujer amada, confianza en ese Dios que nos invita a caminar contra toda esperanza. Como nos dice Francisco: “También a través de la angustia de José pasa la voluntad de Dios, su historia, su proyecto. Así, José nos enseña que tener fe en Dios incluye, además, creer que Él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca. A veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo control, pero Él tiene siempre una mirada más amplia” (Patris Corde, 2). 

Pidamos a San José su intercesión y guía para cuidar lo frágil como el cuidó de Jesús, para no dejarnos robar la esperanza, para no ceder ante el encanto de los profetas de desgracias –los violentos que buscan arrebatar el Reino–, para no desanimarnos cuando las cosas no salen como queremos o proyectamos, cuando las respuestas no llegan, cuando experimentamos nuestras propias debilidades, cuando no logramos tener el control de todo.  

 

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