¿Cuánto de nuevo hay bajo el sol? Novedades sobre la ciudad conocida

María Jimena Rivero*
Equipo Hoy Para el Futuro – UCSF**

Un escenario nuevo arroja las más disparatadas fantasías acerca de la ciudad: la ciudad no se mueve, la gente no circula, no trabaja, no estudia. Las veredas, el parque y la plaza están vacíos. Igual que la escuela, el mercado y las oficinas. Los autos y colectivos no surcan las calles con estelas de humo. Las familias, los amigos no se encuentran, no se abrazan ni comparten.

La ciudad ha recibido un azote a sus entrañas. Desde un reducto estático avistamos un mundo cada vez más dinámico hecho de hilos invisibles y de vínculos efímeros que las comunicaciones permiten.

Un escenario viejo queda en evidencia: una ciudad en la que la desigualdad social tiene su correlato en el territorio, en el acceso al suelo y a la vivienda. Un mapa calcado donde las mismas líneas dividen a pobres y a ricos, a vulnerables y no vulnerables, a jóvenes y a viejos, a viviendas dignas y humillantes, a barrios servidos y sin servir. Esa misma inequidad socio territorial da cuenta del estigma, la restricción, el confinamiento espacial y el encasillamiento socio- institucional.

El mapa se evidencia más difuso si pretendemos territorializar cómo se mueve el mercado, cómo producimos. Pero las consecuencias de ese modelo arrojan sus evidencias al mismo mapa que vuelve a reproducir los mismos colores.

La crisis que la pandemia dispara es multiescalar, universal, y requiere miradas poliédricas. Pero también cabe preguntarse cuánto de este escenario es nuevo y cuánto ya conocíamos; y aún conocido, ¿cuánto naturalizamos?

Los urbanistas sabemos -y sabíamos- que estamos asistiendo a un momento sin precedentes. Desde el 2009 el 50% de la población del mundo vive en ciudades y la tendencia a que en 2050 ese porcentaje ascenderá al 66%. Con el censo de 2010 conocimos que el 54% de la población de Santa Fe vive en condiciones regulares o malas (hacinamiento, desocupación, trabajo infantil, escaso nivel educativo, viviendas con calidad y servicios sanitarios deficientes). ¿Qué hicimos y qué hacemos?

Hablamos de ciudad compacta, de alta densidad, de movilidad en base al transporte público eficiente. ¿Qué pasa cuando la compacidad es tal que la casa no alcanza y la vereda ya no se presenta como un espacio de habitar posible? ¿No será que hay una ciudad que no vemos? ¿No será que los ciudadanos vivimos solo una parte de la ciudad y desconocemos esa otra que se nos presenta como inimaginable? Casi como Moriana, la ciudad bidimensional de Ítalo Calvino, análoga a una hoja de papel en la que una cara no puede ver que la otra existe.

¿Por qué la ciudad?

Por su carácter universal la pandemia ha puesto en crisis los paradigmas del urbanismo y sistemas de planificación. Las narrativas de las agendas internacionales sobre cuál es “la buena ciudad”, nos increpan ante la disociación entre lo que se declama y lo que se hace.

Conceptos como resiliencia, sustentabilidad, cambio climático e integración socio-urbanística se instalan como temas infaltables; pero las palabras se lanzan casi como conjuros, ante realidades inevitables que no podemos esquivar, so pena de que se nos acuse de indolentes o faltos de compromiso social.

Lo cierto es que las crisis han sido siempre oportunidades para actuar, para preguntarse, para reaccionar y emerger. Así dieron cuenta los proyectos para ciudad industrial y tantas propuestas –algunas utópicas, sí- de los siglos XIX y XX. Actualmente también han surgido iniciativas bajo nuevas pretensiones urbanas, un “urbanismo slow”: Ciudad de los 15 minutos, Ciudad 30, Ciudad de las Supermanzanas… Y si bien la pandemia no es un problema estrictamente urbano, pide reacción a la ciudad.

Pero ¿por qué pensar en la ciudad post pandemia? Porque la ciudad es el espacio del habitar comunitario, no como un escenario en el que una escena preparada se desarrolla, sino que es el lugar en el que la vida social y personal se hace posible, se despliega y se perfecciona. Una ciudad mejor hace posible una vida mejor.

La ciudad es un bien común, que no pertenece ni al estado ni a los privados, sino a la sociedad en su conjunto. Su presente se explica por una historia de construcción colectiva y vaticina en su devenir cuán posible es conquistar nuevos derechos urbanos generados en la interacción de los ciudadanos con su territorio. Ella es resultante de un entramado de actores y fuerzas vivas en el que conviven la esfera política, el ámbito de la necesidad social y la lógica del mercado, y su reflejo es el hábitat resultante.

Desde todas las disciplinas y los ámbitos estamos repensando este “paradigma de convivencia” con el que nos venimos relacionando entre nosotros y con el ambiente. Los modelos conocidos han profundizado las consecuencias del cambio climático, resultan indiferentes al ambiente y, han generado persistentemente, inequidad económica, social y también espacial.

Tal vez esta pandemia nos ponga al límite y sea hora de pensar que debemos dar fin a la dilación y recuperar un principio ético que sostenga el habitar en esta “casa común” que es el mundo. Quizás estemos ante una nueva oportunidad para entender el delicado equilibrio que sostiene al planeta, para cambiar nuestra relación de ajenidad con la naturaleza, y entonces asumir nuestro verdadero rol de ciudadanos para procurar los espacios de ejercicio democrático y responsable.

Para los urbanistas, como diseñadores de procesos, aparece la tentadora idea de volver a pensar en la ciudad como totalidad en su escala metropolitana, incluyendo la posibilidad de nuevos programas arquitectónicos para una nueva urbanidad, de pensar en las adaptaciones que la ciudad conocida pueda apropiar para la equidad en la distribución y goce de los bienes urbanos.

Al estado, este límite da la posibilidad de la revancha, de imponer una presencia enérgica en la respuesta, no solo a la emergencia sino al direccionamiento de las políticas públicas para orientar voluntades sociales de cambio. Asumir la agenda de “lo común”, que no es la agenda de la jurisdicción política, sino que se expande y se contrae en función del alcance de los problemas territoriales.

A los ciudadanos nos insta a preguntarnos qué significan en la vida comunitaria los lazos de convivencia, de proximidad y de encuentro con el otro. Y quizás encontremos que somos complementarios y podamos construir comunidad, que tenga su expresión en el espacio colectivo, que reconozca y estimule la diversidad social y cultural.

Y a todos nos interpela ante el desafío impostergable de pensar como queremos vivir en esta casa común, que es hogar de todos, que se llama mundo, que se llama país y que en definitiva es el habitar de nuestras vidas: la ciudad.

 

 

* Arquitecta. Especialista en Planificación Urbana y Territorial (UNR). Docente de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de Santa Fe. Personal técnico de la Dirección de Urbanismo, Secretaría de Desarrollo Urbano MCSF.

** Hoy Para el Futuro ucsf.edu.ar/hoy-para-el-futuro es un equipo interdisciplinario de profesionales pertenecientes a la comunidad de la UCSF movilizados por las problemáticas que la pandemia ha puesto de manifiesto en algunos casos y profundizado en otros, que pretende constituir un espacio de reflexión que permita pensar los desafíos socio-económicos y espirituales de nuestra sociedad en el escenario de la post-pandemia, con una mirada integral y abarcativa en el marco de un nuevo paradigma de convivencia humana.

Ilustración: Agustín Broka

 

Publicado en: https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/263753-cuanto-de-nuevo-hay-bajo-el-sol-novedades-sobre-la-ciudad-conocida-por-maria-jimena-rivero-opinion.html?utm_source=dlvr.it&utm_medium=whatsapp

 



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