AQUÍ ESTAMOS: la formación de formadores como proyecto existencial

 En el marco de las 26º Jornadas para Institutos Superiores de Formación Docente – CONSUDEC que se realizaron en nuestra universidad, la Dra. Carmen González reflexionó acerca de la vocación y misión de docentes que forman a futuros docentes.

 Es caprichoso el azar

Fue sin querer…
Es caprichoso el azar.
No te busqué
ni me viniste a buscar.
Joan Manuel Serrat

 

¿Por qué estamos aquí?

Sin, duda, no estamos aquí por azar sino como efecto de una respuesta más menos velada, más o menos consciente a una llamada, una vocación. Sería triste reconocer que “andábamos por ahí”, pasábamos por donde no debíamos pasar – como dice Serrat- y decidimos estudiar un profesorado. Sin embargo, muy pocas veces hacemos el ejercicio de pensar por qué estamos aquí. Darnos hoy el espacio para esta pregunta nos permitirá redescubrir la llama que alimenta nuestra acción y -Dios quiera que podamos decirlo- también nuestra pasión.

La primera respuesta a esta pregunta, para nada trivial, podría ser que estamos aquí porque amamos la educación o más bien -ya que amar abstractos, amar ideas, es poco humano- porque amamos educar. Ahora, ¿qué es educar? Si hemos transitado la formación docente, si nos dedicamos a esto con pasión, también sería evidente decir que sabemos muy bien que educar es permitir(nos) ser más. Es esa tarea maternal/paternal de comprometernos con el cuidado del otro para que puedan ser todo lo que pueden ser.

Y si somos docentes en institutos de formación docente estará mas que claro que educar es despertar en nuestros alumnos -futuros docentes- ese compromiso moral con el cuidado del otro. Ser docentes en un instituto de formación docente es mucho más que ser un profesor; es ser un constante motivador de esa vocación que nos trajo hasta aquí, no por azar. La denominada “formación de formadores” no podrá quedar entonces en la planificación y desarrollo de ciertos contenidos exigidos institucionalmente, ni mucho menos en el despliegue más o menos ingenioso y creativo de didácticas que sepan “atraer” a los futuros alumnos y nos permitan transmitir “aprendizajes significativos” …será, más bien, la tarea inquietante de inquietar día tras día con la pregunta del por qué estamos aquí. Será, en definitiva, la tarea de mantener despierta la mirada de los futuros docentes hacia su propia vocación porque detrás de cada planificación de clases deberá estar viva la pregunta del para qué lo hago. Y será plenamente fundante la respuesta que nos repita una y otra vez: “porque quiero que sean más”!!

¿Qué es educar?

“¿Qué otra cosa queremos alcanzar con la educación, sino que el joven que se nos ha confiado llegue a ser un hombre verdadero y sea auténticamente él mismo? Pero, ¿cómo se puede alcanzar esta meta? Una cosa parece clara: para poder alcanzar esto, el educador debe poseer una clara percepción y un juicio verdadero sobre todo ello: en qué consiste la meta de la educación, es decir, el verdadero ser del hombre y la verdadera individualidad.”

 

Estas son palabras de Edith Stein en una conferencia titulada “Verdad y Claridad en la enseñanza y en la educación”, en el año 1926, cuando era profesora en la Escuela de Magisterio de las Hermanas Dominicas de Espira, Alemania. Ella nos lleva al centro de la pregunta que hoy debemos volver a pensar: cuando decimos educar, ¿a quién se dirige nuestra acción? En primer lugar, debemos decir que quien (se) educa es la Persona puesto que solo las Personas pueden educarse. Sólo las personas están constituidas por rasgos o facultades que le permiten ir haciéndose, ir siendo cada vez más plenos.

Algunos filósofos españoles denominan a este rasgo como lo propio de ser “proyectos inacabados”, siempre pro-jectados, es decir, movidos a ser más que aquello que comenzamos siendo. Venimos al mundo como los seres mas desprotegidos e inacabados desde el punto de vista natural o biológico, pero en esa carencia radica la mayor riqueza de las personas: poder decidir qué quiero ser.

En los tiempos que vivimos, una afirmación como ésta podría abrir la puerta a una serie de manifestaciones tan de moda como el supuesto derecho a decidir qué quiero ser, tal y como si al llegar a este mundo fuéramos una nada que tiene por delante todo el abanico de posibilidades para elegir quien quiere ser (nada más cercano a la sensación de angustia real de  estar frente a una inmensidad con la obligación de elegir sin saber qué ni para qué, pero  en una solitaria libertad).

Nada más lejos de esta idea es aquella que nos invita a convertir nuestra vocación docente en un real proyecto existencial. Por medio de la educación toda persona, tanto la del docente como la del alumno, va actualizando sus potencias; aquellas que les fueron dadas desde el momento en que comenzamos nuestras existencias pero que solo serán potencias -es decir, capacidades- si no encuentran a quien las descubra y ayude a desarrollarlas. Somos desde el primer instante de nuestras existencias una integralidad de corporeidad, afecciones y conciencia libre. La ciencia del hombre que nos haga capaces de comprender al propio ser humano, deberá ser una ciencia “omniabarcante” que lo estudie en su individualidad y en su sociabilidad, en lo corporal, lo psicológico-anímico y lo espiritual, en sí mismo y en las realidades espirituales a las que da lugar y de las que forma parte, como la comunidad, el estado, el lenguaje, etc. La individualidad es consustancial al ser humano, y en la vida real lo que encontramos son seres humanos concretos, que podemos entender y explicar en lo esencial como una persona espiritual, pero este individuo vive en relación con sus semejantes formando parte de colectividades como la tribu, el pueblo o toda la humanidad, y por ello no puede obviarse ese estudio en quien educa a niños o jóvenes.

Educar será, pues, tender la mano a quien está entrando en el mundo cultural de la Humanidad que siglo tras siglo produce y cristaliza conocimientos que pueden mejorar nuestra calidad de vida. No podemos renunciar entonces ni a ejercer nuestra autoridad -en tanto responsabilidad y no poder- ni a la transmisión de una tradición cultural que lejos de repetir fosilizando los conocimientos los ofrece para una nueva y constante resignificación. Estamos aquí, en resumen, porque tiene sentido ser mediadores entre la historia de la Humanidad y el presente de unas personas que quieren ser más y mejores seres humanos.  Estamos aquí porque podemos renovar día tras día la vocación de despertar nuestras conciencias a través de la formación de formadores.

 

¿Cómo formar formadores?

 

En principio esa descripción que acabamos de ver puede dejarnos en un terreno plagado de incertidumbres, tironeos y exigencias pesadas de cumplir. Sin embargo, no hay allí nada nuevo respecto de lo que venimos hablando; al comienzo se nos plantea el desafío de estar frente a una sociedad, unos padres, unos alumnos y un sistema educativo que espera de nosotros que seamos “idóneos, cultos y agentes de cambio” … ¿por qué debería ser éste un reto para el docente del siglo XXI si aceptamos la vocación que nos compromete en el cuidado del oro para que sea más? Es decir, si hemos definido a la educación como ese compromiso por hacer que cada uno de nuestros alumnos sea más… ¿cómo puede un docente no ser agente del cambio?!

Luego se describe como aspiración de la sociedad, que los docentes “actualicen constantemente sus conocimientos” …pero si decimos que los educadores son los mediadores entre el legado de la cultura y las nuevas generaciones, ¿cómo no estar actualizando permanentemente nuestros conocimientos?!

Luego, hacia el final se nos recuerda que los estudiantes de hoy exigen una educación compleja y que nosotros somos los responsables de nuestro aprendizaje…claro… ¡por eso estamos aquí!!! Lo que quiero mostrar es que solemos caer en la tentación de sentir que estamos sobre-exigidos y que se pide demasiado de nosotros cuando “nos preparamos para otra cosa” y “los alumnos eran distintos” …en realidad, si transitamos la formación docente hace un tiempo como estudiantes y hoy como docentes “no es por azar” sino porque es parte de un compromiso existencial. Vivimos para educar y para ayudar a otros a que lo hagan, con sentido y sino, será hora de ir aceptando que confundimos la vocación docente con una profesión más. Será hora de repensar qué docentes queremos ser.

Aún así, la formación de formadores se encomienda también a organismos oficiales de gobierno que trabajan por orientar mejor nuestra tarea y todos esos retos que veíamos en el video también son asumidos por quienes nos proponen un modo adecuado de llevar adelante la tarea docente. Por ejemplo, el Consejo Federal de Educación, en la Resolución N° 286/16 aprueba el Plan Nacional de Formación Docente 2016-2021 para orientar la formación inicial y continua de los docentes. Allí leemos que “este plan propone políticas para formar profesores sólidos, autónomos, críticos, creativos y comprometidos”[1], es decir, que se propone brindar líneas de orientación para hacer que los docentes seamos competentes y agentes comprometidos con el cambio. Para ello centran su propuesta en cuatro principios que guiarán las políticas nacionales de formación docente y que, por ende, deberíamos atender:

  • Un principio vinculado con la justicia educativa por la cual los docentes deberíamos ser capaces de lograr que todos los estudiantes desarrollen sus capacidades fundamentales comunes considerando, a la vez, los diferentes contextos, culturas y estilos de aprendizaje.
  • Un segundo principio que apunte a la valoración del docente “promoviendo su desarrollo, fortaleciendo su motivación, capacidades y colaboración entre ellos”[2].
  • Un tercer principio que busca la centralidad de las prácticas interpelando las prácticas profesionales a lo largo de toda la formación inicial y “abriendo las aulas a otras miradas para expandir la reflexión pedagógica sobre cómo construir una enseñanza eficaz, ética y con sentido de justicia social”.
  • Un curto principio que busca renovar la enseñanza incorporando nuevas tecnologías, pero “sobre todo renovando la experiencia escolar a través de prácticas pedagógicas abiertas a la diversidad, la expresión, la exploración…a la pasión por aprender durante toda la vida”.

No hay forma de pensar que la formación docente se acaba al finalizar el trayecto en los Institutos, la capacitación permanente es resultado de una mirada continua sobre nuestra vocación en los contextos en los que nos toca actuar.

Ahora bien, una mirada que vuelve sobre nuestra vocación nos exige también una mirada sobre aquellos a quienes consagramos esa vocación. Es verdad que las nuevas generaciones de estudiantes -de todos los niveles de la educación formal- reclaman una revisión de los modos en que vinimos ejerciendo nuestra docencia hasta ahora.  En la Resolución N° 330/17 el Consejo Federal de Educación podemos encontrar otra guía; allí se afirma que: “Garantizar el derecho a aprender en el siglo XXI implica que todos los estudiantes puedan desarrollar las capacidades necesarias para actuar, desenvolverse y participar como ciudadanos en esta sociedad cada vez mas compleja, con plena autonomía y libertad” y ofrece, en consecuencia el Marco de Organización de los Aprendizajes en el cual se indica transformar los procesos de enseñanza desde la perspectiva de las disciplinas hacia la perspectiva de las habilidades o competencias que atraviesan los contenidos disciplinares.

Podríamos creer que estamos hablando de este tipo de demanda:

 

y entonces llenamos las aulas de computadoras y estamos listos para encarar los nuevos desafíos. Lo que esos chicos describen como en el nuevo modo de aprender que ellos necesitan, nos reclama los docentes el desarrollo de ciertas habilidades. El MOA del que hablábamos recién menciona seis capacidades fundamentales para los procesos de enseñanza y aprendizaje de aquí a 2030:

  • Resolución de problemas: el estudiante reconoce los saberes adquiridos que le son útiles e identifica los saberes que necesita adquirir.
  • Pensamiento crítico: supone analizar datos e información que le permiten al estudiante argumentar sus posiciones.
  • Aprender a aprender: implica conocer y comprender las necesidades personales de aprendizaje.
  • Trabajo con otros: desarrolla la capacidad de interacción, escucha y reconocimiento de las diferencias.
  • Comunicación: supone la posibilidad de seleccionar y procesar críticamente la información obtenida de distintas fuentes poniendo en relación ideas y conocimientos nuevos con los ya adquiridos.
  • Compromiso y responsabilidad: capacidad de comprometerse con otros interviniendo de modo responsable para con uno mismo y con los demás.

Por lo que vemos, estos estudiantes del siglo XXI requieren docentes permanentemente en revisión de sus prácticas y que asuman mas que nuca su rol de mediadores. El docente es siempre un puente entre la cultura y sus “nuevos habitantes”, no para repetir el conocimiento sino para provocar preguntas que muevan a nuevos conocimientos alentando el trabajo colaborativo, respetuoso y crítico de las nuevas generaciones. En eso consiste la autoridad del docente que debe ser, como vemos, un docente permanentemente “revisado” por sí mismo en sus propias prácticas. En esto consiste la formación permanente a la que estamos convocados.

Consideraciones finales

Como Decana de la Facultad de Filosofía y Humanidades de esta Casa tengo en mis manos y por estos días la presentación de tres Planes de estudio de Ciclos de Complementación Curricular que pretenden revalidar los títulos de formación inicial en institutos no universitarios para otorgar títulos de Profesorado en enseñanza superior; con ocasión de esta presentación tuve la oportunidad refrescar esta idea de una formación continua en vistas a una pronta acción de evaluación y acreditación de la calidad de la formación docente de parte de una comisión nacional creada a tal fin. En ese contexto vuelvo a encontrarme con esta invitación a pensar la formación docente “como un proceso integral que tiende a la construcción y apropiación crítica de saberes disciplinares y de herramientas conceptuales y metodológicas para el desempeño profesional. Se trata de un proceso permanente que se inicia con la formación de grado y se continúa a lo largo de toda a carrera profesional”[3].

¿Por qué estamos aquí? Nos preguntábamos al comienzo de esta exposición y creo haber podido desandar algunas cuestiones que nos ayudan a responder esta pregunta. Estamos aquí, esta mañana, porque nuestro rol de formadores de formadores no puede dejarnos indiferentes ante las demandas del contexto en el que ejercemos nuestra vocación. Estamos aquí porque creemos urgente seguir revisando nuestras prácticas, nuestros suelos tan seguros por momentos y tan resbaladizos tan a menudo; necesitamos volver a preguntarnos si haber entrado en el Instituto como docentes fue por azar o fue la respuesta a una llamada. Responder optando por la segunda opción es reconocer la necesidad de mantener encendida la llama que nos anima, a seguir siendo “fuego que enciende otros fuegos”, a seguir siendo, más que docentes, educadores.

 

[1] ANEXO RES. CEF N° 286/16, pag. 3

[2] Ibid, pag. 5

[3] LINEAMIENTOS GENERALES DE LA FORMACIÓN DOCENTE COMUNES A LOS PROFESORADOS UNIVERSITARIOS, Consejo Interuniversitario Nacional, 2012, pag. 2

¿Cómo formar formadores?

[video src="https://www.ucsf.edu.ar/wp-content/uploads/2019/08/consudec-1.mp4" /]


Facultades, Santa Fe, Rosario, Posadas, Reconquista, Rafaela, LA UCSF, Filosofía y Humanidades, Gualeguaychú, Sedes, Borrador